Con una prosa funcional, escueta, sin muchos artilugios retóricos (larga costumbre del oficio de una persona que toda su vida ha hecho periodismo), una prosa que dice lo que tiene que decir, a veces con una parvedad telegráfica, ADN de Paco Rengel (grupoeditorial33, Málaga, 2010) cuenta una historia que, en realidad, son dos. Una es el fusilamiento absurdo y doloroso, como todos los que hicieron los “hunos y los otros” (Unamuno), de un albañil militante socialista en la guerra civil. Otra, las vicisitudes de un periodista deportivo que se enfrenta a una trama de corrupción deportiva-financiera y que, además, se dedica a rastrear los restos y la memoria de su abuelo fusilado.
La novela entrelaza ambas tramas, tan distintas y, sin embargo, portadoras de una semilla común: la oposición, la lucha despiadada del individuo honrado contra las fuerzas del mal. El mal puede tener la forma brutal de un asesinato o la más sutil de una estafa, puede llevar bota de mercenario o cuello blanco de ejecutivo. Pero hay -parece querer decirnos el autor- un transfondo común que lo convierte en una fuerza universal y cósmica. O mejor: genética, pues está grabado en el hombre de forma indeleble. Como grabado está también la única forma de combatirlo: la fidelidad heroica, plena de renuncias, a los propios principios. Sobre este transfondo de carácter moral, se monta una sucesión de hechos con un ritmo rápido, con abundante cambio de escenario y contexto temporal, lo que hace que resulte de lectura amena y fluida para el lector. Una novela en la que pasan muchas cosas, como en las de Baroja; con poca dedicación a la descripción minuciosa o a la morosidad narcisista, tan propia de la narrativa contemporánea, en la que la prosa se mira a sí misma para constatar lo bella que es.
Para una obra de estas características era lo más fácil caer en la prédica moral; cosa que, afortunadamente, no hace el autor. Guarda ese equilibrio (difícil) de ser moral sin ser moralista. Igualmente se podía resbalar por la pendiente ideológica de la tan de moda “memoria histórica” y hacer una especie de “novela de tesis” del siglo XXI. Tampoco el autor cae en estos maniqueísmos. Sabe situar por encima de estas simplificaciones el punto de mira de su perspectiva narrativa.
Una nota personal para concluir. El final de la novela me recuerda al de una de mis narraciones favoritas, Todos los nombres de José Saramago. No desvelo la causa de esta similitud -que no se rompa el encanto del final imprevisto- y dejo que el curioso lector la descubra.