Cutter. Yves Ravey. Ediciones Barataria. 2011.
«Sin quitarme la mirada de encima, buscó su navaja en el bolsillo. Me dijo que antes o después tenía que levantarme, no fueran a comerme las hormigas».
Página 41.
«El director me preguntó si no estaba harto de tomarle por un imbécil, porque yo sabía muy bien de qué hablaba. Contesté que no, que no lo sabía […] Me sobresalté. ¡Asistes al suicidio de tu patrón, monsieur Kaltenmuller, y vienes a decirme, te atreves a insinuar que no ha pasado nada! ¡Pero bueno! Lucky, ¿de qué tendría uno que ser testigo, según tú, para que consideres que ha ocurrido algo…? ¿De la explosión de una bomba atómica?».
Página 49.
«La cambió el tono de voz. Dijo que estaba bien de tomarle por quien no era. Que había conocido a muchos como yo, de los que calificaban como incorregibles en los centros de reeducación, y los había metido en verdad por docenas. Así que uno más o uno menos…
Le pregunté por qué me decía eso. Nunca le había hecho nada. Cogió el archivador con las dos manos. Me advirtió que me quitara las gafas. Me las quité. No tuve tiempo de doblar las patillas. Sentí un golpe en la cabeza. Después, algo parecido a una explosión. Recibí otro golpe en la oreja. Y en un hombro. Me protegí el cráneo con los brazos».
Página 55.
El libro, que podría ser un magnífico guión para una película de cine íntimo americano de los cincuenta o sesenta, reflejando la desestructuración de la familia, o criticando la educación de los niños que quedan a merced del Estado o de familiares de segundo o tercer o cuarto grado, sin más escrúpulos que una bolsa de plástico, resulta de una limpieza abrumadora. Su redacción es tan impecable como su estilo. Los hechos suceden y son relatados, sin más. Es cosa del lector entender lo que los hechos implican, que no es poco. El lenguaje es desnudo, libre de adornos y figuras literarias o aditamentos poéticos. No hay lugar para la metáfora. Sólo para los hechos: un niño maltratado en una familia terriblemente desestructurada donde su tío resulta ser violento, avaricioso y brutal hasta cotas sencillamente escalofriantes porque no estamos ante un psicópata, sino ante un hombre que miente, amenaza, abusa, roba y chantajea con la mayor de las tranquilidades, aplastando a los que son más débiles o él cree que lo son.
Lucky es el niño protagonista, internado en un centro de menores y bajo cierta “tutela” por parte de su tío, Pithiviers. El día que lo conocemos, nos encontramos con un Sr. Kaltenmuller ilusionado por la compra de un fin de semana en Capri para él y su mujer; y sin embargo un poco más tarde aparece muerto en el asiento de su coche, con el motor encendido y la entrada del garaje atrancada. El niño lo encuentra. Y es testigo de cosas que no debería haber visto.
La hermana de Lucky, el personaje siempre ausente, es apenas una adolescente, pero también vive en el centro de menores y se dice varias veces que se entiende bien con los camioneros… ¿Se insinúa que mantiene relaciones con ellos con la esperanza de que alguno la lleve lejos? El ambiente, cargado de amenazas y enfermo de violencia y depravación parece confirmarlo.
El tío de ambos es un personaje execrable, cuya sombra electrificada de brutalidad y egoísmo, se va proyectando sobre todos los personajes a los que pretende manejar, aunque la realidad acaba mostrando con claridad la escasa inteligencia de la que es capaz.
Hay, sin lugar a dudas, una crítica puritana del comportamiento inmoral de las mujeres en sus relaciones sexuales. Los dos únicos personajes femeninos son culpados de ello. Pero en realidad nadie se libra de la crítica del autor. La lujuria, el egoísmo, y sobre todo la avaricia colman un escenario donde todo el fondo no es sino un entramado de violencia que hace irrespirable la narración desde los momentos en los que arranca y asistimos a la castración de un gato por parte de Pithiviers con ayuda de Lucky.
Los Directores de centro de menores, el policía, el tío… todos tiran de la violencia, todos abusan de su posición frente a Lucky, que se revuelve, reacio a aceptar su papel adjudicado de marioneta en manos de los demás, aunque en realidad sólo consigue ir sorteando paredes y espadas a la mayor velocidad que su agilidad e inteligencia le permiten. Siempre está entre la traición a su familia y el honor a la verdad; los golpes y la aceptación de la desaparición de su hermana; el miedo y la mentira.
Por eso Cutter, ya desde el título, es el término que da la pauta de un libro cortante como los filos de sus hojas, y mucho más. Cutter nos trae a la mente los trabajos manuales pero también el aspecto sangrante de una cotidianeidad que resulta brutal. El final parece una moraleja contenida en el refranero español: Quien siembra vientos… Una gran pequeña novela corta no apta para melindrosos.