Cultura

De Telesur a Canal Sur

No voy a unirme al coro de los que desearían que desaparecieran las televisiones autonómicas por su nula rentabilidad -económica, of course-, pero ante la decisión del director de Canal Sur (RTVA), Pablo Carrasco, de cerrar el segundo canal de la televisión de Andalucía a causa de la crisis, algo habrá qué decir. En especial, sobre dos cosas: de la viabilidad de estos medios audiovisuales que proliferaron a finales de los 80 del siglo pasado y su función social.

Habría que empezar recordando los tiempos en que la mejor televisión de España era Televisión Española (TVE), la única existente y que servía de mero instrumento manipulador del Gobierno, que nombraba (designaba) a su director entre leales al régimen franquista, camisa azul incluida. Precisamente, un exdirectivo con tales requisitos supo evolucionar hacia la democracia para terminar siendo el artífice que desatara lo que se pretendió dejar atado y bien atado y convertirse en el político mejor valorado de la Transición, Adolfo Suárez. Aquella televisión monolítica mantenía unos centros territoriales repartidos por las regiones que emitían, aparte del parte de noticias acríticas para con el señor del Pardo, bailes regionales y comentarios futbolísticos de los equipos locales que, previa desconexión de la señal nacional, procuraban demostrar un simulacro de cercanía con los provincianos, que éramos el resto de españoles no residentes en Madriz, así pronunciado, con zeta, como correspondía al español “culto” de Castilla. Jamás se escuchó ningún acento regional de las distintas hablas del español, menos aun las otras lenguas nacionales, en ninguna de las delegaciones de TVE.

Telesur, el centro de TVE en Andalucía, estaba ubicado en un chalecito en La Palmera, la avenida aristocrática de Sevilla, no en Los Remedios, el barrio burgués con aspiraciones. Allí, con todas las limitaciones imaginables para el ejercicio de la profesión, se curtieron grandes periodistas que sortearon con dignidad los duros tiempos de la censura y la vigilancia política, elaborando con honestidad lo poco que dejaba hacer un órgano de propaganda oficial. Los ascendientes ideológicos de los que hoy deploran tanto “gasto” jamás cuestionaron la rentabilidad de aquella televisión, ni exigieron la autosuficiencia de los centros periféricos. Aceptaban lo que era. Era la voz de su amo.

Al poco de asentarse la democracia en nuestro país, las comunidades históricas corrieron a establecer sus propias televisiones autonómicas para contrarrestar más de medio siglo de homogeneización centralista y la anulación del sentimiento “nacionalista” del País Vasco, Cataluña y, en menor medida, Galicia. Corrieron tanto que, cuando Andalucía decidió crear su propia televisión, Cataluña ya tenía un segundo canal autonómico. Canal Sur comenzó a emitir un 28 de febrero de 1989, con seis horas diarias de programación y 29 directivos en el organigrama de la RTVA. Tampoco en esa ocasión hubo reparos económicos para que Andalucía se dotase de una televisión pública, como demandaba su Estatuto de Autonomía. Julio Iglesias, el cantante más internacional de la moderna España cañí, cobró la fruslería de 42 millones de las pesetas de la época por ser el artista estelar del programa inaugural. Nadie se acuerda de él, pero es difícil olvidar a Salvador Domínguez, el primer director de Canal Sur, cuyo infausto recuerdo queda vinculado inexorablemente al dispendio del dinero puesto en sus manos para hacer realidad la iniciativa audiovisual pública andaluza y las contrataciones caprichosas que realizó por mera afinidad personal, siendo finalmente destituido. La cosa empezaba mal.

Hoy, 25 años después, debe cerrarse la segunda señal de Canal Sur, básicamente, por falta de recursos en tiempos de recortes, pero también por falta de cuota de pantalla. Como en todos los modelos públicos de televisión de España, nunca se esperó que el invento andaluz tuviera rentabilidad comercial, pues la parte sustancial de la tarta publicitaria se la quedan las televisiones privadas, que tienden al duopolio. A semejanza de TVE y Telesur, Canal Sur (y todas las televisiones autonómicas), fue creada a mayor gloria del Gobierno correspondiente, allí siempre del PSOE, y el control “democrático” de la información en cada Comunidad autónoma. Para ello, debía mostrarse como una televisión cercana a su público, resaltando una supuesta identidad andaluza y la promoción de sus valores. Así nacieron programas dedicados a la copla, la retransmisión de cuántas romerías y ferias existen en la región y los espacios para ancianos solitarios que buscan pareja o de niños que imitan a los adultos contando chistes zafios.

Canal Sur 2, en cambio, conformaba su parrilla con programas de predominio cultural, sensiblemente más baratos y menos “espectaculares”, cumpliendo la cuota de servicio público que se exige a un ente de estas características. La programación más relevante de la televisión andaluza podía encontrarse en espacios como Espacio protegido, El público lee, El club de las ideas, Andaluces por el mundo, etc. Pero los ajustes a que obliga la actual crisis sistémica llevan las tijeras necesariamente a un organismo que tiene una plantilla de más de 1.600 trabajadores y un presupuesto por encima de los 200 millones de euros, de los que cerca del 80 por ciento los aporta la Junta de Andalucía. Y puestos a cortar, se corta unificando los dos canales en uno solo, por “no poder costear la difusión de dos señales diferentes”, según su director, con lo que se conseguiría un ahorro de unos 20 millones de euros.

Posiblemente, la envergadura del invento se ha ido sobredimensionando para los objetivos perseguidos, que no eran los de imitar la labor narcótica de la goebbeliana televisión franquista, sino contrarrestar su influjo mediante televisiones públicas que sirvieran de reflejo a la pluralidad de la sociedad española, además de permitir la vertebración social y territorial en cada uno de sus ámbitos. Para Canal Sur Televisión, ello consistía en la difusión de mensajes para la cohesión identitaria, la integración territorial y el discurso político y social que aglutine y diferencie a los andaluces con respecto a otras sensibilidades nacionales. Pero se ha metido la tijera de forma inapropiada. Se ha suprimido el instrumento más genuino y coherente para conseguirlo, eliminando el único canal que huía de programaciones generalistas y del espectáculo. La poda de la frondosa RTVA se ha comenzado por las ramas más nobles y necesarias del árbol televisivo. Esperemos que la pérdida de savia no acarree un daño que haga peligrar la supervivencia de Canal Sur en su conjunto. Acabaríamos peor de lo que empezamos.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.