por Román Lobera Molina
Asociación Lengua Común Aragón
A lo largo de la historia de España, se han sucedido ciclos de bonanza y recesión, acompasando ciclos que se producen en todo el mundo. No es objeto de este artículo dirimir si su causa es la actividad solar, inherente a la condición humana, astrológica o, bastante probablemente, la ausencia de un patrón monetario estable, (como p.ej. el oro), combinado con la necesidad de que la reserva de caja para depósitos a la vista debe ser del 100% (Huerta de Soto: Dinero, crédito bancario y ciclos económicos).
Por bosquejar un poco el problema, a finales del 2006 estalla la burbuja inmobiliaria. En realidad no se trata de un estallido propiamente dicho, digamos más bien que la gente se da cuenta, fehacientemente, de que el mercado inmobiliario sí estaba en burbuja.
La diferencia entre darse cuenta de que existe una burbuja y que ésta estalle, es sustancial. Básicamente lo que ocurrió es que se deja de comprar pisos, pues se sabe que no valen lo que la gente pide por ellos, pero no se produce la dramática caída de precios que ajustase el valor del mercado a la realidad, como sí ocurrió en otras zonas del mundo.
Poco a poco, al stock de viviendas que ya no encontraban comprador, se van sumando las que se acaban a lo largo de esos años. El precio real de mercado es tan bajo, que ni siquiera compensa a los constructores tirar precios. Los constructores, no pudiendo hacer frente a los préstamos, van sucesivamente quebrando, y los pisos pasan a ser propiedad del banco. Es mejor que una SL quiebre y se pierda el milloncete escaso de pesetas que limita su responsabilidad que seguir al pié del cañón aguantando carros y carretas durante siete años de vacas flacas. Muchos beneficios se han guardado en “B”, y la generación de ladrilleros que aprovechó la cresta de la ola tiene ahora sesentaypico años y es mejor jubilarse y ya está.
Y a partir de aquí es donde difiere el camino que toma España del que se sigue en otras partes.
Los bancos, fuertemente apalancados, no pueden permitirse ese descuento en al valor de sus activos, y en vez de sacar los pisos según entran, hacen acopio. Como a los constructores, tampoco les compensa la caída. Es cuando se decide que, en vez de un estallido violento, se dé paso a un “desinflado” controlado. Guardar los pisos, contabilizarlos como activos, con el valor de tasación que tenían en bonanza, y restringir su salida de forma controlada para que no caigan precios por la inundación de ofertas. Y lo terrible es que TODOS los bancos lo hacen a la vez, en acuerdo de oligopolio.
Todo habría ido bien, varios años con precios de vivienda cayendo paulatinamente, entre un dos y un cinco por ciento, y aunque la inflación no estaba alta, sumaría otros dos o tres puntos anuales hasta que se hubiese igualado con ese dramáticamente bajo valor real de mercado (aproximadamente la mitad). La cuenta es rápida, un cinco por ciento de bajada acumulado, dan esos siete bíblicos años hasta completar ese cincuenta por ciento de ajuste.
PERO (y es que siempre hay un pero), desgraciadamente confluye otro factor que no se tuvo en cuenta y que ha truncado estos aviesos planes. Y es la intervención de la administración pública en la historia.
Cada piso que se vendía, cada local que se alquilaba, cada teja, cada ladrillo, cada salario, tenía asociado uno o varios impuestos recaudados. Al final, la administración prácticamente trincab… digo, tributaba tanto como costaba construir el piso, si no más. Desde el solar de suelo público que los ayuntamientos subastaban a su precio máximo (pues se hacía en régimen de práctico monopolio), hasta la escritura y actos jurídicos documentados. Desde la administración local a la estatal, todos los políticos han contado con un caudal de dinero que desde la entrada en la UE y su obra pública asociada, hasta ahora, había manado de manera ininterrumpida.
Ese dinero, aparentemente inagotable, tenaz, ha financiado un estado de autonomías, con cientos de miles de trabajadores públicos, que no funcionarios de oposición y carrera, que no maestros, policías, médicos, militares o jueces, en una cantidad que los dobla en número. Se vintuplican normativas y direcciones generales, se generan ayuntamientos con secretarías y comisiones, vehículos oficiales, en municipios que deberían haber funcionado como simple mancomunidad.
Antes mencionaba que el caudal en impuestos era prácticamente equivalente al coste de la vivienda, y no deberíamos asombrarnos de constatar que hayan generado una cantidad de puestos de trabajo equivalente a la que la construcción generó, pero con una sutil diferencia. Estos “funcionarios” no se quedaron en la calle, equivalentemente, en el 2006.
Por cada mercedes de constructor, ha aparecido un coche oficial, pero de ése nadie habla.
Lo dramático, llegados a este punto, es la conjunción que da lugar a las tormentas perfectas. No ya un gobierno, un modelo de estado que se sustenta en todos estos estamentos públicos artificialmente formados, no puede cambiar de la noche a la mañana. Y el gobierno toma la peor decisión que se podría tomar: Considera que el problema es cíclico, no sistémico, y decide aguantar en el machito a que escampe. ¿No hay dinero para pagar los sueldos? No importa, se pide un crédito, que dada la holgada situación que nos precede, tenemos credibilidad. Total, sólo serán unos meses, un par de años a lo sumo. Y al enorme gasto que supone todo este sistema, y que ya no se puede sostener, se suma mes a mes el pago de unos intereses. Como las cosas no cambian, hay que volver a endeudarse, y como el gasto es, sumándole esos intereses, cada vez mayor, el préstamo siguiente mayor, y de nuevo, los intereses mayores. Y así en bucle y ya vamos para cinco años.
Además, la abyecta dialéctica keynesiana de que, si el mercado de por sí no genera actividad, hay que inyectarle obra pública, por lo que se propicia, a costa de más deuda pública, planes Es y dosmiles. Uno nunca sabrá si estos planes son “forzados” por amiguetes de políticos que salvan así los pocos trastos antes de mandar la gente a la calle y el negocio a china, o si realmente esos políticos se creen esas equivocadas tesis keynesianas. Probablemente sea una mezcla de ambas.
Poco a poco, la administración ha ido esquilmando la ya de por sí escasa liquidez de los bancos españoles, (que en el fondo no es sino legítimo ahorro de españolitos) que consecuentemente, cierran el grifo a las empresas que aún sigan en pié, aunque se dedicasen a hacer piruletas, y que ya no tienen nada que ver con la construcción. Y faltando la más importante materia prima, el capital, las empresas cierran en cascada. Y de nuevo todo se retroalimenta.
El parado no puede pagar su piso, el piso acaba en el banco, el banco no da crédito, hay que provisionar.
El estado no puede pagar los sueldos, emite deuda pública, obliga a comprarla a los bancos, que dejan de dar crédito. Cientos de instituciones públicas, ayuntamientos, fundaciones, empresas públicas, autonomías, están técnicamente quebradas y hay que inyectarles más y más liquidez.
El gasto keynesiano en obra pública, vuelve diezmada vía impuestos al erario, sin haber cumplido su función de reactivar de manera real la economía. No eran tranvías y pistas de padel las inversiones adecuadas, se ha fallado el tiro.
Finalmente, al gobierno cae del guindo y se da cuenta de que ésto, lejos de ser un chaparrón temporal, es un invierno en toda regla. Y como la cosa no se sostiene, hay que ajustarse el cinturón. Y aquí aparece una nueva maldad del sistema.
En vez de recortar puestos públicos, de amortizar servicios, ministerios, racionalizar el sistema, cuestionar las autonomías, macro ayuntamientos, medidas nada populares entre los que soportan políticamente el sistema, el recorte del déficit se busca de subir impuestos, edades de jubilación, congelar pensiones y salarios (pero no sólo de ésos trabajadores públicos innecesarios, sino de todos de los funcionarios).
Y de nuevo nos hacen remar hacia el centro del remolino. Porque al subir impuestos, la competitividad de las empresas se resiente aún más. ¿Porqué comprar una piruleta española si la alemana vale seis céntimos (que es lo que adenda el impuesto) menos? Al carajo la empresa, y de nuevo se inicia el ciclo.
A todo esto, una cosa más: el gobierno detecta la falta de dotación de crédito de los bancos a las empresas, y sucede un fenómeno atroz. El estado emite más deuda para luego financiar a las empresas vía ICO. Pero el estado no es imparcial, y los criterios de concesión, políticos y no objetivos. El tipo de interés, siguiendo la farsa, la mitad del de mercado. Ya pagarán los contribuyentes sendos diferencial y error de concesión.
Y por fin, los bancos se encuentran con dos activos ultratóxicos; pisos que valen la mitad y deuda pública de un país en decadencia empresarial, y que va perdiendo calificación y, por tanto, valor.
En resumen, el gobierno ha hecho lo imposible por descapitalizar sistemáticamente al estado y a la sociedad. Ni de forma planificada se podría haber hecho peor, pues el que parecía el peor escenario, y que se trató de evitar, el del crack, ya lo habríamos superado.
En el sueño del faraón las vacas flacas devoraban a las vacas gordas, en alusión a que siete años de crisis en Egipto. Pero las vacas flacas emergen del Nilo y se encuentran con que son los escribas son los que han devorado las siete vacas gordas. Ahora, a falta de otra cosa, esas escuálidas vacas y esas vacías espigas roerán las tripas de todos los españoles.