Sincronías. Suena el teléfono y me pilla escribiendo el libro sobre mi gato. Son los de El Mundo. Me cuentan que Socks acaba de morir y me piden un a modo de obituario a vuela pluma. Hace poco menos de tres meses tuve que hacer lo mismo a cuento de Soseki. Nadie me pidió que escribiera Mortal y tigre. Fue mi corazón quien lo hizo. Hoy también lo hace. No me pregunto, cuando muere un gato, por quién doblan las campanas. Doblan por mí, doblan por todos, doblan por el alma del mundo. Socks era el gato de los Clinton. Vio, desde una silla de rayas azules que era trono de gato premier, cómo su dueño gobernaba el planeta. ¿Qué pensaría? Lo digo porque los gatos piensan, los gatos sienten, los gatos aman. Me consta. Deberían contratarlos como asesores. ¿Tendrá gato Obama? Eso me tranquilizaría. Nunca fui partidario de los Clinton, pero ignoraba lo de su gato. Otro gato me hubiese maullado si lo hubiera sabido. Confío a ciegas en quienes tienen gatos. Los líderes del mundo también confiaban en Socks. Fueron muchos, muchísimos, los que se fotografiaron con él. Sus tobillos eran blancos. Por eso lo llamaron, en inglés, así: Calcetines. Es curioso. No le habrían dejado entrar en las discotecas, pero tuvo acceso a la Casa Blanca. Iba a cumplir veinte años. ¿Para qué más? Misericordia ha sido aplicarle la eutanasia. Tenía un cáncer de mandíbula terminal. Tomen ejemplo quienes tanto barullo han armado por la muerte de Eluana. Dear Socks, dear Buddy: así se llama el libro que recoge las cartas enviadas por cientos de niños a los First Pets (Primeras Mascotas). Buddy era el perro labrador de los Clinton. Murió hace seis años, atropellado por un coche. Con razón decía Kipling que los gatos vigilan el sueño de los niños. Tomen también ejemplo de Buddy y Socks, que se llevaban como hermanos, quienes convierten el mundo en una pelea de perros y gatos. En el antiguo Egipto, cuando moría un gato, la familia se vestía de luto y su dueño tenía que afeitarse las cejas. No es preciso que Bill llegue a tanto. Socks no ha muerto. Está ahora en el cielo de los gatos. Sé que existe. No hablo por hablar. ¿Será también de los perros? Sincronías, dije. Cuando los de El Mundo me llamaron por teléfono acababa yo de escribir estas líneas: “El escritor, perplejo, lo contempló un instante, lo alzó del suelo y se rascó la cabeza. ¿Qué podía hacer con aquel simpatiquísimo animal necesitado de amparo?” El escritor soy yo, el animal es Soseki. Entre socksekis anda el juego. Quienes hoy necesitan amparo son Chelsea, Hillary y Bill. Juro por la diosa egipcia Bastet, patrona de los gatos, que estoy con ellos y los acompaño en su dolor. Disípese, sin embargo, éste. Las Primeras Mascotas vuelven a jugar juntas. Ojalá se hagan amigas de mi gato.
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Sobre el Autor
Jordi Sierra Marquez
Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.