Hay algo de extraordinario en la dedicatoria que cervantes hace de la obra cumbre de las letras universales: El Duque de Béjar. Lo extraordinario es que la dedicatoria es lo menos original de la mejor novela de todos los tiempos precisamente, y entre otras cosas, por su originalidad. Unos dicen que fue cosa de los duendes de la imprenta, léase Francisco de Robles, pero eso es mucho hilar y en estas reflexiones que haremos durante todo este año hasta el próximo 23 de abril de 2010, no queremos meternos en sesudos berenjenales ni en rebuscadas discusiones técnicas. Buscamos una reflexión cotidiana del texto de Cervantes y encontrar en él alguna moraleja feliz que ilumine la brega en esta vida no exenta de descalabros y tristezas.
Lo extraordinario del Duque de Béjar es que, según se dice, y quizás se sepa, no era muy aficionado las letras y no intuyó, ni nadie en su época, que su nombre quedaría por siempre ligado a la historia de las letras universales al serle dedicada una obra que, si se confirma lo dicho antes por los expertos, seguro ni siquiera leyó por cortesía. Hay que ver.
Hay muchos Duques de Béjar, mucho mecenas ignorantes como aquella ministra de cultura de un país tropical, eso dice la anécdota, que cuando le hicieron un homenaje a Tito Monterroso le dijo delante de todos que estaba leyendo “El dinosaurio” e iba por la mitad. Lo bueno de todo es que la famosa dedicatoria es un plagio “no deseado” de un prólogo que escribió Fernando de Herrera al Marqués de Ayamonte, según leo en las distintas ediciones del Quijote que tengo en mi mesa. Y lo del plagio “no deseado” es porque según otros expertos lo que pasó fue que al ponerse a imprimir el editor Francisco de Robles y al haberse extraviado los textos a imprimir, este recurrió al plagio para rellenar las necesarias convenciones del libro. Así tenemos el “plagio cervantino” que parece que ni siquiera es suyo y esto, no me digan ustedes, ocupadísimos lectores, que no es original.
Llama la atención que en el emblema que se utilizó para el quijote un lema en latín reproduce el texto de Job 17:12: “tras las tinieblas espero la luz”. ¿Qué esperamos tras la lectura de un libro? Luz, más tinieblas, aburrimiento diversión. Esperemos lo que sea menos tinieblas, esperemos lo que sea pero esperemos lo leyendo, meditando, buscando un atisbo de luz entre tantas letras por muy antiguas que parezcan. No seamos como el Duque de Béjar que por no leer no leyó ni siquiera la novela que le dedicaron. Aquí estamos nosotros para recordarlo y tomar ejemplo para no ser como él.