Ya siglos atrás los pensadores más sagaces planteaban sus más serias dudas y, en base a ellas, sus más elaborados postulados y teorías sobre la brecha que separa la realidad, ‘la realidad’, de la interpretación humana de la misma. El paradigma en este sentido fue el filósofo alemán Kant, quien marcó un importante cambio en el pensamiento moderno con su concepción revolucionaria de dos entidades diferentes: las cosas en sí mismas y los fenómenos. Las cosas en sí mismas equivaldrían a ‘la realidad’, inmutable, una especie de pieza de museo que sólo se deja ver desde lejos; los fenómenos equivaldrían a la interpretación subjetiva, a través de los mecanismos convenientes, que cada sujeto elabora respecto a esa realidad única e inmutable. Parafraseando a SchrÁ¶dinger, «¿por qué el árbol que veo yo es distinto al árbol que ve otro individuo; es más, por qué ese árbol no existe más allá de la interpretación que cada uno hacemos de él?».
Lo que propuso Kant sería lo que otros muchos filósofos de su época y posteriores tomarían como base de sus teorías: la existencia de una realidad inmutable, la existencia de una interpretación subjetiva y el problema que experimenta el individuo al tratar de acceder a esa realidad inmutable a través de la razón. Uno de los últimos exponentes de este idealismo fue, el también germano, Martin Heidegger. Su principal obstáculo a rebatir a través de su filosofía era la existencia, cómo definir lo que es el ‘ser’: ¿cómo podría un individuo saber lo que es ‘ser’ cuando él mismo ya está siendo? Á‰l quiso llevarse el debate a su terreno con «la cuestión que pregunta por el ser», es decir, esa cuestión que está por encima del ‘ser’ que ‘somos’ todos los individuos, una pregunta que sólo podría cuestionarse un ‘algo’ inmediatamente superior o que sólo podría entenderse a través de su exégesis de la fenomenología.
Paralelo al trabajo de los idealistas, empecinados en solventar el problema que se genera al diferenciar una realidad de su interpretación, otras escuela de filósofos, armados de lógica y razonamiento matemático, trasladaron el problema de la ‘brecha’ entre realidad e interpretación al uso del lenguaje. Entre estos filósofos cabe destacar a Frege, Russell, Wittgenstein o el mismísimo Charles Dogson (alias Lewis Carroll); entre los últimos exponentes quizá merezca la pena recalcar el trabajo de Focault en el ámbito del lenguaje y sus referentes.
Para estos filósofos, el problema no residía en el escalón que separa la realidad de la interpretación de la misma: ellos centraron su obra -en gran parte- a analizar el lenguaje, pues era éste el que transformaría lo percibido a través de los sentidos en ideas, siendo estas ideas las que construirían los conceptos de los que cada individuo echaría mano para comprender su propia realidad. El problema no era una aparente decoherencia entre cosa y fenómeno: el problema residía en analizar el lenguaje y ver si éste transmitía un mensaje lógicamente correcto -verdadero- o no.
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La cuestión que se deja entrever es bien clara: ¿existe una realidad única, sólo interpretable e inaccesible en esencia, ya sea por mecanismos puros de la razón o a través del lenguaje? ¿se puede hablar de una realidad concreta sin violar ninguna barrera fenomenológica y lingÁ¼ística? Mi respuesta es contundente: sí, existe una realidad inmutable y existe un método que va más allá de la razón y el lenguaje para llegar a ‘ella’: la Ciencia y el pensamiento científico, con todas sus consecuencias.
La explicación es sencillamente compleja, o viceversa. En la evolución del ser humano, tanto a nivel personal como en las ciencias y la tecnología, a día de hoy gozamos de instrumentos que nos llevan más allá que nuestros sentidos y nuestra razón, incluso más allá del lenguaje o la mismísima lógica. Hoy en día podemos hablar de genes, de radiación de fondo procedente del Big Bang, de expansión del Universo, de mecánica cuántica, de la síntesis del ARN, podemos hablar de quarks y de plasma, de la conciencia y las emociones, podemos ver a través de gigantescos telescopios y potentes microscopios, avanzamos en nano-robótica, en Inteligencia Artificial, etc.
Es decir, en pleno siglo XXI estamos en una posición dominante y predominante respecto a todos aquellos pensadores que, sin obviar su labor, trataron de abordar una hipotética brecha entre realidad e interpretación de la misma, hasta el extremo de cuestionarse si existía una realidad única, un escenario al que cualquier espectador podría acceder a través de los mecanismos que le son innatos y aprendidos-aprehendidos.
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El lenguaje nos limita. Cuando me refiero al lenguaje no me refiero a una lengua en concreto: sencillamente, el mecanismo cerebral que articula pensamientos, ideas, conceptos con los sentidos, las emociones y los sentimientos es un arma poderosa pero, a su vez, sumamente ‘traicionera’. Cuando un individuo percibe algo a través de los sentidos, cualquier vivencia, hay que asumir que del ‘todo’ sólo queda imprimido en su mecanismo cerebral una ‘parte’, es decir, que de una realidad concreta, un individuo no percibe su totalidad; de esa ‘parte’, el individuo compara lo percibido con lo que previamente tiene establecido en su cerebro: si encuentra un esquema similar, genera un nexo; si no encuentra un esquema similar, registra nueva información en su memoria.
Cuando este individuo trate de expresar sus ideas y/o pensamientos mediante los mecanismos procedentes va a recurrir al lenguaje, nuevamente, a través del remanente que queda en su memoria; esas ideas, esos pensamientos, esos recuerdos, son tomados ‘nuevamente’ en ‘partes’, son articulados ‘nuevamente’ en un sistema de engranajes que exterioriza la información a modo de mensaje. Ese mensaje llega a un receptor, el cuál activa los mismos mecanismos, en el orden previamente citado, para hacer de esa información algo ‘suyo’, pero sólo en ‘parte’, pues no se puede quedar con un ‘todo’.
Dicha pérdida de información, la que acontece desde el primer estímulo del primer individuo hasta que su mensaje llega a los dominios de otro es lo que da título a esta entrada: deformando la información. Los mecanismos perceptivos, emocionales e intelectivos son sumamente precisos; el lenguaje, como medio para ensamblar todo estímulo del tipo perceptivo-emocional-intelectivo es un arma sumamente poderosa; sin embargo, de la ‘materia prima’ al ‘producto final’ hay una pérdida, un desajuste, una asimetría entre lo inicial y lo final.
Pero, ¿es acaso esto una muestra irrebatible por la que no existe una realidad única, inmutable y que está exenta de manipulación, tergiversación y deformación? Si nos atenemos al análisis metafísico, al uso de la razón interna, o si por el contrario, nos atenemos al uso del lenguaje pura y exclusivamente, la respuesta sería que «sí, es una muestra que evidencia la imposibilidad de acceder a una realidad única, a una ‘cosa en sí’, a un objeto concreto». Sin embargo, y para bien de todos nosotros, sí existe un ‘método’ para llegar a la realidad sin trascender el muro del empirismo: reitero que esta ruta, este camino, sí y sólo sí es la Ciencia y el método científico. Acceder a la realidad a través de una ‘exaltación’ de nuestros sentidos, la tecnología, que nos permite ‘percibir’ más allá de lo nunca antes percibido; estar en posesión de métodos cada vez más sofisticados y potentes que nos llevan a las entrañas del ‘ser’, en su sentido más físico-biológico-químico, del mismo modo que cada vez comprendemos más la naturaleza de nuestro Universo y del rol que el ser humano juega en él, como una pieza más sin afán de protagonismo (lo que Nietzsche denominó ‘ruptura del pienso> existo> pienso’) sino comprendiendo la base física-biológica-química de lo que es nuestro ‘yo’, una construcción ‘generada’, no un ‘ente’ singular y místico… en pocas palabras, que la realidad sólo es accesible a través de su observación minunciosa y el correspondiente análisis exhaustivo de las pruebas.
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Limitarnos a nuestra razón ‘pura’ -el pensamiento puramente interno- o al uso-y-limitaciones del lenguaje es vetar la realidad y, a su vez, cuestionar algo que, en arras de mis pensamientos, es incuestionable. Porque, cualquier animal, por primitivo que sea y por limitado que sea su poder de percepción o su inteligencia, sabe percibir la realidad que lo rodea y actuar en consecuencia: nosotros no vamos a ser diferentes.
«La realidad existe, está ahí; podemos acceder a ella mediante el método científico. Perderse en los laberintos de la razón y la conciencia, o perderse en los desajustes del lenguaje es una forma de miopía intelectual».
El precio a pagar es la deconstrucción del ‘yo’. Algo se puede encontrar entre los artículos de este blog, aunque la ‘carta magna’ aún está pendiente de escribir…