El cursor parpadea demandando palabras inteligentes, y no me salen más que sandeces, indignas de mi cursor, pero éste es exigente, así que cedo y me lanzo al precipicio de la creación, un precipicio que, en mi caso, siempre termina en frustración porque las genialidades de mi mente se convierten en mediocridades al plasmarlas por escrito.
Lo escrito, escrito queda, siempre referencia, siempre comprobable, siempre daga inquisidora del pasado, un pasado que unas veces amamos y otras detestamos, por encima de verdades.
La verdad no existe, sólo existen versiones de la verdad, tantas como gente enuncie su versión. Tu verdad no es mejor que la mía, ni la mía mejor que la de él, ni la de él mejor que la tuya. Todas son verdades, porque todas son versiones, unas más aproximadas que otras, ¿quién decide cuál es la mejor versión?
La experiencia moldea la versión, lo que antes era blanco ahora es negro, no por incoherencia, sólo por experiencia. La versión parte de un conocimiento, de unos sentimientos, de una perspectiva, y todas dependen del momento, actual, del momento, presente, del momento, futuro, por lo que la versión fluctúa, como lo hace el índice bursátil.
Porque el índice bursátil no es más fiable que la lotería de Navidad, y aún así los crédulos siguen confiando en los gurús bursátiles, ¿por qué no creer entonces en los echadores de cartas? ¡Ah, perdón, qué tú crees! La bolsa se basa en expectativas, humanas, y todo lo humano es impredecible.
Lo impredecible es interesante, al igual que lo predecible es aburrido, la rutina mató la diversión. Un plan no es un plan sino busca el caos, a no ser, claro está, que se trate de un plan criminal. El caos debe regir el comportamiento humano, para conseguir la diversión, al igual que la diversión siempre culmina en el caos.
La sociedad del caos sustituirá a la sociedad de consumo. Porque el consumo tiene un límite, presupuestario, pero límite, y el caos no tiene límite, su límite es el infinito, y en el infinito no hay más que caos.
Un caos que acabará en manos de ejecutivos sin escrúpulos, ejecutivos que lo manejarán a su antojo ante nuestra atónita mirada, y no haremos nada, porque es nuestra especialidad, no hacer nada, la sociedad humana es así, dejar hacer y reclamar el derecho al pataleo.
Pero el pataleo no sirve, falta compromiso, como falta libertad. El compromiso sin libertad no sirve, la libertad sin compromiso no funciona, dicotomia brutal, oximoron inextricable, palabras rebuscadas, significado vacío, pedantería al poder.
Lo pedante triunfa, si te entienden eres simple, si no te entienden eres un genio, nadie se atreve a decirte que no te entienden. Joyce era un genio, ¿o no? ¿Cuántos han leído su ‘Ulises’? ¿Cuántos dicen que lo han leído? No importa. Dices que te gusta y todos te respetan. Dicen que no, y todos te tachan de simple. A mí me gusta, de verdad, lo he leído, de verdad, pero la verdad no existe, lo he escrito, y lo escrito, escrito queda, por tanto, estoy mintiendo, ¿qué es la mentira?
La negación de la verdad, si una no existe la otra tampoco, son versiones falsas de una realidad. No miento, maquillo los hechos, y el maquillaje no es malo, respeta sentimientos, sólo es malo el maquillaje excesivo. En el justo medio está la verdad, siempre volvemos a los clásicos, con Aristóteles nunca nos equivocamos.
Equivocarse es acertar, porque acertar no enseña, equivocarse sí, un acierto retrasa, una equivocación hace evolucionar, dejemos que nuestros seres queridos se equivoquen, saldrán reforzados y llegarán a buen fin.
Un fin que le llega a este artículo, por fin, pensarás, por fin, pienso yo, por fin, piensa mi cursor que aguardaba unas palabras inteligentes y ha recibido los delirios de un enajenado mental no diagnosticado.