Sociopolítica

Desatando cabos

Lo tengo todo atado y bien atado, afirmó Franco previendo que no podría seguir a la cabeza de su Dictadura. Y así de débiles fueron sus nudos, que, tras fallecer, éstos se desmoronaría en cuestión de pocos años: por el bien de los españoles, a ese cabrón le salió su último tiro por la culata; no se salió con la suya, si bien subsumió al estado español en una profunda miseria tanto social como intelectual durante más de treinta años. A día de hoy, eso es pasado, una mancha en la Historia reciente de España. Aún quedan fracciones remanentes de aquella ideología fascista en nuestra Sociedad, pero cada vez son una minoría más mermada y discriminada por la opinión social de nuestros tiempos.

Tenerlo todo atado. En general, el ser humano necesita tener los cabos atados. ¿Por qué?

¿Por qué no somos capaces, en general, de mantener la calma cuando un conflicto o un acontecimiento no está solucionado? ¿Por qué nos oprime la idea de tener enemigos, generándonos inseguridad? ¿Por qué no somos capaces de dormir tranquilos cuando hay asuntos pendientes, en todos los contextos, que requieren de ser arreglados y determinados?

No lo entiendo. Ese miedo a la incertidumbre, a las trifurcas que aún penden en el aire, a las discusiones no finalizadas, a convivir con hechos que no están garantizados: esa necesidad, en general, de buscar la tranquilidad en la solución inmediata a todos los problemas debida a la incapacidad de sobrellevar la vida con normalidad, resguardados en una conciencia que sabe esperar y actuar, en la medida de lo necesario, en pos de encontrar una solución o, en el peor de los casos, convivir con las circunstancias abiertas o adversas sin que ello merme nuestra capacidad de usar el juicio de una forma coherente, incondicionada, aséptica y fría.

Dice un viejo proverbio que si algo tiene solución, no hay que preocuparse, y si algo no tiene solución, tampoco hay que preocuparse.

Actuamos, nos relacionamos, añadimos y substraemos nuestra marca a una multiplicidad de fenómenos a la orden del día. Nuestro nombre, ergo, nuestro ser-o-estar habita en múltiples moradas, o mejor dicho, nuestros intereses están involucrados en una amplia multitud de aspectos en nuestra vida y, por deducción, en la vida de los que se relacionan con nosotros. ¿No resulta ciertamente utópico pretender que todos esos flancos abiertos, cuando nos visita la noche, queden cerrados o afianzados? Y, por ende, ¿no resultaría más sano y, por ello, una muestra de fortaleza poder seguir avanzando en nuestro camino aunque queden tramos en éste sin resolver? ¿Por qué no adoptar una actitud, activa y pasiva, mediante la cuál ir al problema o esperar a que éste venga, en toda su amplitud, aceptando la irrealidad relativa del tiempo y reafirmando a cada paso nuestra estructura, aunque queden pendientes, quizá irresolubles, ciertos detalles en el diseño de la misma?

La ansiedad, en muchos casos, se apodera de nosotros y desplaza de nuestro pensamiento constructivo las ideas y proyectos que deseamos llevar a cabo cuando esta incertidumbre consigue sodomizar nuestro estado de bienestar. Se puede, afirmo, mantener la calma y no perder el control de la situación cuando una discusión queda pendiente, cuando estamos a la espera de unos resultados (no importa la índole), cuando el único factor que se añade al tiempo es la imposibilidad expresa y tácita de cambiar las circunstancias, cuando hemos generado enemigos o, simplemente, cuando una situación está por encima de nuestra capacidad de actuación práctica y teórica, etcétera. Sería muy aconsejable, para nuestra salud y bienestar, emprender esta actitud en base a dos criterios:

1) Todo lo bueno, pasa; todo lo malo, pasa. Nada es eterno. Sólo la muerte, y ésta no está en los dominios de la vida, sino que pertenece a la tercera persona que mencione aquello acerca de nosotros, una vez idos.

2) Todo tiene su hora. Como dijo Bruce Willis en su papel en El caso Slevin, ‘¿ves a esa señora? ¿está buena, verdad?’, a lo que le responde, ingenuamente, su interlocutor diciendo ‘pero si debe tener setenta años’; Bruce Willis aplica aquí una frase contundente y de amplio fondo psicológico: ‘como poco, pero todo tiene su hora‘.

Es obvio que es físicamente imposible cerrar todas las puertas que, en nuestro día a día, van quedando abiertas. Algunas dejan pasar más corriente, otras menos; pero el quid de la cuestión radica en poder seguir avanzando, abriendo más puertas y cerrando otras sobre la marcha, con toda la calma y la parsimonia del Mundo. No soy alguien que guste de refranes, pero hay uno que le viene muy bien a este texto y dice que no por mucho madrugar amanece más temprano. Convivamos con enemigos, convivamos con la incertidumbre, convivamos con ese ‘tiempo’ que nada asegura, más que su paso inercial en el transcurso de la vida. Pensemos en el momento; ahora, ¡ya! Uno está, uno es-quien-se-hace, luego no es eficiente añadir a nuestra propia construcción acontecimientos volátiles y endebles como piezas de nuestra estructura.

Se puede vivir con cabos sueltos. Ya sea olvidándolos, planeando atarlos de nuevo en un momento en el que la angustia no sea una habilidad añadida a nuestra técnica, manteniendo frío el pensamiento y confiando en que, si uno camina firme y seguro, esas puertas abiertas volverán a toparse con nosotros en nuestro camino y tendremos la habilidad necesaria para poder cerrarlas para siempre. Y las que no puedan ser cerradas, sencillamente, el aire que a través de ellas se cuela no debe ser una tempestad en nuestro pensamiento, sino una brisa fresca que le confiere a la vida un cierto grado de aventura, excitación, divertimento y, sobre todo, una ruptura con la monotonía.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.