Una irónica cadena de eventos culminó en la publicación de una novela cuyo autor ha adquirido proporciones de mito dentro de un círculo de seguidores de la literatura estadounidense del siglo XX. A Confederacy of Dunces (La conjura de los necios) es una novela de culto. En Bolivia la conocen pocos, aunque uno de los más fervientes admiradores de John Toole —“Ken” para su madre, Thelma— y re–lector asiduo del libro es Adolfo Cárdenas. El autor de Doce monedas para el barquero ha venido pontificando las virtudes literarias de Toole desde hace al menos una década y, públicamente, The Neon Bible (La biblia de neón) es el libro del que más habla. Luego menciona La conjura de los necios, y los ojos se le hacen agua.
John Kennedy Toole fue un novelista gringo nacido en Nueva Orleáns en 1937. Se suicidó en 1969 cuando la editorial Simon and Schuster rechazó su novela A Confederacy of Dunces. Antes, a los 16, había escrito The Neon Bible. Cuando murió tenía 32 años.
De sus libros se ha escrito bastante. No demasiado, no poco. Sólo bastante.
Desde su publicación en 1980, La conjura de los necios se ha celebrado como la quintaesencia de la novela de la Nueva Orleáns de la post-guerra, más que nada porque ofrece un bosquejo no graduado en retrato de la ciudad, así como otros escritores han narrado San Francisco, Nueva York y hasta Charleston.
Si se lee en el original, sin traducción de por medio, puede leerse un poco a Nueva Orleáns, con su mezcla de franco, hispano y afro criollo, y sus historias de piratas refugiados. La novela, sin embargo, se queda en un intento de exponer la hipocresía social y la habilidad de los marginados para sobrevivir —y hasta vivir— gustosamente bajo la patente desaprobación de las “mayorías”.
En 1995 se lanzó una película basada en La biblia de neón —bajo el mismo título— dirigida por Terence Davis; Gena Rowlands fue la tía Mae. El rumor de una película basada en La conjura de los necios fue fuerte: se decía que la iba a protagonizar John Belushi. El actor se murió y la obra mejor conocida de Toole ha probado ser difícil de llevar a la pantalla, principalmente porque no es una obra maestra per se. Es únicamente una buena primera novela, aunque la anteceda otra, cuya calidad ha probado ser solamente experimental. Para argumentar esta afirmación, recurramos a un par de ejemplos.
Actitud cristiana
«I knew the way the people in town thought about things,» explica el joven protagonista de The Neon Bible, David. En una única frase, ese fue el primer intento de Toole de explorar el efecto que tenía sobre sus vecinos de espíritu más independiente, la incomodidad que experimentaba la comunidad de mente más estrecha, ante la diferencia, cuando no se hacía eco de una oposición frontal.
Su festejo se hace evidente en el carnaval de excéntricos que reúne bajo la carpa circense de La conjura de los necios. Los divide, alegremente, en explotadores y explotados sin cura, pero sus opresores no detentan poder real y los explotados, invariablemente son víctimas de su propia estupidez o pereza —tanto como lo son del abuso de parte de “el otro”. Así, mientras el personaje de Mrs. Levy intenta un proyecto personal de rejuvenecimiento de otro personaje, Miss Trixie, vía un solo curso de psicología por correspondencia, la única beneficiada resulta Mrs. Levy, que acaba sintiéndose superior a su marido en términos de conciencia social y compromiso con el prójimo.
Por otra parte, no importa cuán ardientemente Myrna Minkoff predique el evangelio de la liberación sexual o la justicia social, invariablemente se aprovechan de ella aquellos supuestos idealistas, a quienes apoya mediante una serie de cartas automagnificantes dirigidas a Ignatius, el protagonista.
Subrepticias formas de vivir
A pesar de la simpatía que Toole experimentaba por los marginados socialmente o su animosidad hacia los poderes que vivifican la conformidad, nunca se sintió cómodo con su propia homosexualidad y, en todo lo que escribió y se publicó, se establece una inconformidad sexual de manera conflictiva y completamente ambivalente lo que, literariamente, le resta calidad a ambas novelas.
En La biblia de neón, por ejemplo, el Sr. Farley es quien enseña el alfabeto a David; es un hombre que balancea las caderas al caminar y vive con otro hombre, el profesor de música del pueblo, a quien el Sr. Farley llama “querido”. Al ser ambos hombres los únicos intelectuales del pueblo, se salvan del ostracismo. Su superioridad cultural es el salvavidas, y Toole los rescata por su indiferencia hacia los valores propios del pueblo. Sin embargo, se las ingenia para dejar en ellos un carácter vagamente repelente.
La breve vida de John Toole transcurrió en esa ambivalencia. Tal vez lo único que lo desvió de sentirse siempre culpable, siempre inadecuado, siempre falible fueron sus dos novelas, la primera publicada de última.
Madre Dragón
Los biógrafos de Toole afirman que su madre fue una mujer sumamente dominante que no dejó lugar emocional para ninguna otra mujer en la vida de su hijo. Sus dos novelas no habrían sido publicadas jamás de no ser por la histeria adolorida de Thelma Toole, convencida como estaba de que el talento de su hijo no tenía par. La implacable determinación de una madre hizo que dos novelas que son buenas, sin duda, pero no espectaculares, recibieran el premio Pulitzer póstumamente. Esa sobrevaloración, obviamente, no ha perjudicado a Ken Toole porque él había muerto suicidándose con los gases del escape de su coche doce años antes de que su madre lograra que un editor publicase A Confederacy of Dunces.
Thelma, nacida Ducoing, apeló a todas las artes de una sureña para lograr que los libros de su hijo vieran la luz. Nacida también en Louisiana, utilizó hasta su estatus de cuna para conseguir que el académico Walker Percy leyera los manuscritos y, además, escribiera un magro prólogo de dos páginas y un tercio en la edición lanzamiento de A Confederacy… .
El estatus en Nueva Orleáns nunca ha tenido mucho que ver con el dinero, sino con los ancestros. La mejor manera de lograr un estatus social es la de nacer dentro de una familia “antigua” y meter el apellido en algún lugar del certificado de nacimiento. Aquellos que quieren los créditos antes que el título, afirman que tuvieron un ancestro que andaba por los alrededores de la Catedral de St. Louis entre 1718 y 1768, cuando la ciudad comenzaba a cobrar forma, o al menos alguno que tuviera un escudo de armas y viviera en los pantanos cercanos a Chalmette más o menos alrededor del 8 de enero de 1815, durante la Batalla de Nueva Orleáns. Esto es inicialmente suficiente para calificar a una persona como refinada y culta, aunque también ayuda haber mantenido viva una que otra tradición supuestamente adquirida desde la época de estos bien armados ancestros europeos.
Tales tradiciones incluyen tocar algún instrumento que no sea un peine y papel, o rociar la conversación con vocabulario francés. Este requisito se llena ampliamente con algunas palabras de ternura, algunas groserías y la mitad del Ave María. Ser católico romano durante unos doscientos años en la ciudad más católica de EUA es un plus para cualquier familia.
Todas esas armas le sirvieron a la madre de Ken Toole para conseguir sus propósitos. No le importó que la edición inicial fuera de 2.500 ejemplares solamente. Fue tan atrevida como para enviar una buena cantidad de copias a Scott Kramer, productor ejecutivo de la 20th Century Fox.
Ese constituye el factor más irritante de la producción de John “Ken” Toole: la insana creencia materna de que la literatura del hijo era la mejor creación desde el Big Bang. No lo es, por cierto: La Biblia de neón es un intento literario–juvenil a lo mucho, y La conjura de los necios no pasa de ser la primera obra terminada de un autor promisorio.
Toole se mató el 26 de marzo de 1969, luego de una atroz pelea con su madre que le alejó de su hogar durante tres meses. Dejó una carta cuyo contenido fue divulgado a medias, de una manera incoherente y contradictoria, por Thelma. Fue enterrado en el cementerio de Greenwood en Nueva Orleáns.