Cuando toca marchar
Miles de españoles emigran cada año porque no encuentran oportunidades de trabajo dentro de sus fronteras. Muchos son jóvenes formados, especializados y con idiomas, pero también personas adultas que una vez conocieron la estabilidad y el bienestar y ahora se ven abocadas al paro. Con una tasa de desempleo del 27% y a la cabeza de la Unión Europea en sobrecualificación laboral, 40.000 españoles hicieron las maletas en 2012 en busca de un futuro que no encuentran en España.
Por primera vez en diez años, las remesas de emigrantes han superado a las salidas de dinero. Ya no somos un país receptor, sino que volvemos a “hacer las Américas” de los años 60, con otras expectativas y diferentes caras. Muchos han tenido la necesidad de huir a Alemania, Gran Bretaña, Suiza, países de Latinoamérica, Australia o Estados Unidos para mejorar sus condiciones de vida.
Pero no emigran sólo aquellos sin recursos, sino también aquellos que se marcan perspectivas de mejora y ven la emigración como una oportunidad. En palabras del actor Juan Diego Botto, “todos tenemos derecho al pan, pero también a las rosas«. Por eso jóvenes médicos, enfermeros, arquitectos, ingenieros que cobran –o no- salarios de miseria y esperan cada tres meses que renueven sus contratos han optado por salir al extranjero. Si bien muchos han logrado sus objetivos, otros han encontrado obstáculos. Es el caso de Benjamín Serra, Premio Fin de Carrera de Periodismo y de Publicidad: “Tengo dos carreras y un máster y limpio WCs en Londres”.
España está perdiendo futuros profesionales, lo que paraliza aún más el crecimiento económico. Pero es necesario desmontar los arquetipos creados en torno al emigrante. “Fuga de cerebros”, “la generación más preparada de la historia”, “emigración masiva”… Son los titulares más comunes en los medios de comunicación. No son incorrectos, aunque sí incompletos, y perpetúan el negativismo y la idea de fracaso. “La emigración, incluso cuando es exitosa, se percibe como un premio de consolación, como si el apego al terruño fuera siempre la primera opción, lo deseable en cualquier caso”, sostiene César García, escritor y profesor en la universidad de Washington. Existe aún esa mentalidad idealista y de orgullo patriótico empeñada en que “como en España, no se vive en ningún sitio”.
Sólo un 12% de los españoles consideraba la posibilidad de trabajar en otro país en 2009, frente al 51% de los daneses, el 38% de los suecos, el 26% de los británicos o el 25% de los franceses, según el Eurobarómetro de movilidad. Ahora, con la mitad de los jóvenes en paro, sorprende por qué no muchos más dan el paso de buscar una vida mejor fuera de nuestras fronteras. “Me niego a pertenecer a esa generación nini de la que hablan. La crisis ha destrozado las ambiciones y los sueños de millones de personas en nuestro país. Pero los jóvenes estamos ante una oportunidad única para transformarnos, reinventar nuestras profesiones, para experimentar y para crear sin miedo nada”, escribe la periodista Olga Sarrado Mur.
Otros lo tienen aún más difícil, como las personas de más de 45 ó 50 años, que cargan con hijos, abuelos, deudas y canas. Con una mochila de responsabilidades. Tras haber vivido de empleos estables durante toda la vida y haber alcanzado una profesionalidad y un confort, ahora firman su carta de despido. Los esquemas se rompen, la juventud quedó atrás y dejarlo todo se convierte a veces en algo inviable.
Dice un proverbio africano que “cuando toca marcharse, quedarse es un deshonor”. Partir no siempre es fácil. Dejar atrás una familia, amigos, rutinas o entornos provoca cierta nostalgia. Emigrar cuando no hay otra alternativa puede parecer trágico. Pero lejos de considerarlo una desgracia, partir es apostar, “es perder buscando ganar”, dice la periodista Sofía Pérez Mendoza. Echar a andar y abrirse camino ayuda a saberse libre y acerca la felicidad.