Al principio percibió el rumor de unos tambores, tan lejanos que confundió con el propio latido de su corazón. No quiso abrir los ojos, aunque sabía que estaba despertando; porque no ignoraba cuan dura podía ser la vida y lo dulce que era soñar. Ni siquiera los brazos de “Amanecer”, su prometida, competían en bienestar. La inconsciencia que ronroneaba en sus pensamientos, era más complaciente y no exigía proezas para ofrecer sus dones.
La mirada azul de Alejo se enturbiaba en los viajes largos, incluso cuando había descansado las horas necesarias la noche anterior. Debería considerar que conducir turismos no era tan peligroso como trasladar toneladas de sustancias químicas, porque en sus treinta y cinco años de conductor de camiones nunca se había dormido. Probablemente porque su esposa Alba siempre le preparaba un termo de café.
“Ojos azules” se removió bajo la piel maloliente de un cérvido. La fiebre estaba bajando, quizás porque los dioses no querían la compañía de un muchacho. De pronto su corazón se aceleró, tanto que parecía retumbar en la cueva entera. El muchacho se retorció, tal vez moría y su alma marchaba a ciegas hacia la eternidad. Abrió los ojos y el ritmo frenético de los tambores cesó, dejando paso a un silencio que ensordecía.
Hoy había descubierto que era prescindible para la empresa, que sus jefes habían traspasado el negocio a otros que tuvieran más ganas de defender el patrimonio que esos holgazanes que llamaban hijos… Y Alejo enfermaba sólo de recordar las veces que había suplicado por su empleo.
—¡Me quedan unos pocos años para jubilarme!
—Razón de más para dejar hueco a los jóvenes…
(Un zarpazo).
—Pero es que a mi edad nadie va a contratarme, y yo tengo gastos que pagar…
—Escribe una carta al presidente, yo no tengo la culpa…
(Otro zarpazo).
“Ojos azules” descubrió unas llamas encerradas dentro de un círculo de piedras cerca de sus pies. El crepitar de unos maderos infundió la dosis ajustada de realidad y paz a su delirio. Pero el rostro de un anciano, que abarcaba todo su campo visual, le arrebató la calma.
—Tu alma me pertenece… ¡Se la he ganado a los espíritus de la noche! —gritó el chamán agitando unos cráneos humanos por encima del muchacho, haciendo un sonido de cascabel a lo largo de su cuerpo.
¿Cómo anunciar a Alba semejante noticia, a ella, que siempre se jactaba de tener un marido tan trabajador? El único modo en el que podía pensar, después de tantos años de trabajo en la carretera, era conduciendo. Deformación profesional. Alejo viajó sin rumbo y sin tacógrafo, sintiéndose pequeño, ridículamente pequeñito, en su fiat punto.
Tras recorrer sin prisas unos cuantos pueblos de la periferia de la capital, lo único que consiguió dejar atrás fue su amor propio. Sintió que el mismo asfalto le repudiaba, que los demás conductores le miraban mal.
—No estoy llegando a ninguna parte —se dijo Alejo en voz baja.
—No… —susurró el muchacho.
Sabía que su corazón no había golpeado con fuerza el pecho, que su alma no quería abandonar el mundo de los vivos y que, por lo tanto, “Serpiente inmortal”, el hechicero, no había ganado nada.
—¡Despierta! —gritó el anciano acercando aún más las pinturas de su cara al joven.
Alejo sintió un respingo en la espalda, notó que agarraba con fuerza el volante, como si repentinamente se hubiera dormido y se aferrara inconscientemente a la realidad. Supo que tan sólo había perdido la consciencia una fracción de segundo. Se estaba adormeciendo. Bajó la ventanilla de su lado y apagó la radio, el soniquete de unos tertulianos no ayudaban demasiado en mantenerle despierto.
—Joder con el viejo —masculló Alejo, recordando el rostro de un anciano que no había conocido en su vida.
Pudiera ser que hubiese visto una película o documental que no recordara y que luego proyectase su rostro desde la inconsciencia, porque nadie, ni siquiera en carnavales, se había disfrazado con pieles de lobo y abalorios de hueso colgados del cuello y las orejas. Y por más que lo intentó, no recordó a nadie que luciera con tanto orgullo sus arrugas.
Entre sus arrugas, se dibujaban unos círculos rojos y negros, concéntricos alrededor de cada ojo. Y de la boca salían rayos, también rojos y negros. Entre el sudor de la faz del joven, se perfilaban unos cortes profundos y negros, de los que destilaban unos hilillos rojos.
Ambos conocían la verdad.
—No vas a morir… Te perderás en las brumas de los sueños que la gente olvida… Pero yo te buscaré a través de las nieblas del tiempo, te buscaré en los sueños… y te salvaré… ¡Despierta!
“Ojos azules” no volvió abrir los párpados, pero Alejo los abrió tanto como sus cavidades oculares permitían. Se había vuelto a dormir… y le habían despertado.
Final feliz:
…con el tiempo justo para evitar un accidente.
Final realista:
Se descubrió con parte de la grasa del motor esparcida por su cara, por unas facciones que sangraban, rojo sobre negro, como el muchacho de sus sueños; y un fuego a sus pies. Comprendió cuan dulce podía ser la inconsciencia, aunque fuera para siempre.