No me gusta nada. Me enferma ser víctima de los delirios comerciales de gurús de la economía que ponen nombre y apellido a determinados días para incitarme a consumir determinados artículos.
Normalmente son horteradas con forma de corazón. El más inútil de los artilugios que tengas moldeado en forma de corazón se vendería en San Valentín. Ositos de peluche que abrazan un corazón. Porque, aunque lo hayan adivinado se lo tengo que decir así sin tapujos, San Valentín es un día para comprar. No es el día del amor, como tanto cacarean desde centros comerciales y tiendas que planean hacer su Agosto en estas fechas. Aquéllos gurús y éstas tiendas te venden la moto de que el catorce de Febrero es el día en que hay que amar porque es el día de los enamorados. Una auténtica patraña.
El amor, por mucho que se empeñen, no es una variable económica. No es un producto comercial.
De modo que, no picaremos por más que nos intenten meter por los ojos productos “amorosos” para comercializar. Pero el amor no es algo idílico y romántico. No es un sueño, porque es la vida misma. Cuando el amor rebaja su categoría para pasar a considerarse cotidiano es cuando alcanza su cénit. El enamoramiento apasionado del principio deviene en un cariño calmado. La locura inicial se transforma en un trastorno continuado que provoca síndrome de abstinencia, pues siempre quieres estar con tu amado/a con tu cómplice y con tu amigo/a. El sexo desbordado se transforma en una sosegada pasión que se vuelve arrebatada y vital. La idealización de tu pareja se va diluyendo para darte cuenta que es una persona, no un sueño. La mejor persona. La que te hace sentir y con la que quieres estar.
Por otro lado, indicaros que el día señalado para amar, queridas víctimas de los malvados gurús de la economía, son todos los días del año. Ni más ni menos. En caso contrario no estás amando, sino que mientes. Te mientes a ti mismo y a la persona amada. Y el universo empieza y acaba ahí. Sois el alfa y el omega. Mi pareja y yo, nada más. Y nada menos. Además, no hay nada más lejano ni que menos maride con el verbo amar que la mentira. La mentira provoca olvido e indiferencia. Esas tres variables, a saber: mentira, olvido e indiferencia son antónimos del amor. Cuando la mentira entra en tu vida, el amor está haciendo las maletas; cuando el olvido entra en tu vida, el amor se ha largado bien lejos; pero cuando la indiferencia ha entrado en tu vida, sabes que difícilmente ese amor volverá. La indiferencia es la carencia de sentimiento. Quien te provoca dicha carencia no volverá a ser amado por ti.
No obstante, el amor es el tema universal del arte. Cada buena canción, cada hermoso cuadro, cada buen libro, cada buena fotografía y cada buena película nos hace partícipes de una historia de amor. Si no, no sirven de nada. Pero no hablo de estar tres metros sobre el suelo ni paparruchas por el estilo. Ni de pisar fuerte ni otras imbecilidades cantadas por imberbes con frenillo, no. El amor hace que respirar haga cosquillas en tu alma. El amor hace que sientas a flor de piel cada instante de tu vida. El amor lo es todo, sí. Porque el amor es lo que hace que te sientas. Ni bien ni mal, sólo que te sientas, que te gustes, que quieras ser mejor persona. Estar al lado de la persona amada te hace mejor. Hace que quieras ser mejor. Si eso no sucede, no estás enamorado, así de fácil. El amor mueve el mundo. Es el único sentimiento genuinamente generoso porque hace que nos demos a los demás. Los demás sentimientos sólo hablan de egoísmo. El amor es lo contrario. Es entregarse. Sin fisuras y sin miedos. Hace que hagamos lo que hacemos, digamos lo que decimos y pensemos lo que pensamos. ¡Qué diablos! el amor hace que hagamos sin pensar lo que nunca creímos que pudiéramos llegar a hacer. Si no, no es amor, es otra puta partida de ajedrez en el tablero de tu triste vida. El amor es un juego. Un juego que siempre termina en tablas. En las tablas del somier. Un juego de miradas, besos, caricias y deseos, pero un juego al fin y al cabo. El amor es respuesta. Porque, cuando empieces a preguntarte si amas a alguien, estás empezando a perderlo.
El amor, además, es un lenguaje. Es el nexo entre criaturas distintas. Entre gentes de distintas culturas. Es el esperanto de los sentimientos. El amor se entiende siempre. Un beso es un beso en tibetano y en maorí. Si la vida es pérdida, que lo es, el amor es la leve ganancia de esa derrota que es vivir. Vivir no es más que salir dignamente derrotado cada día para, finalmente, terminar airoso el tránsito en este mundo y poder irnos con la cabeza alta, el corazón henchido y el alma enriquecido. El amor es lo que hace que la salida de este mundo se pueda definir como airosa y el que inflama ese corazón. Que te amen cuando ya no estés es por lo único que merece la pena luchar. Ese es el secreto de la vida. Que te añoren y que lo que has podido enseñar perdure en los que quieres. Que te echen de menos. Que te recuerden. Que te hayan amado hasta que haya dolido. Que crean verte en cada rincón, cuando ya no estés. Que piensen que te han olido en una calle o en un ascensor, cuando seas sólo un recuerdo. Que te vean cuando oyen el tintineo de los hielos en un vaso de whisky cuando tus besos se evaporen. Que te sonrían cuando suene tu canción. Y que bailen cuando vayan a reunirse contigo.