El día es oscuro a las seis de la mañana, durante el invierno, en la gran ciudad.
La noche no ha sido muy fructífera, más bien nefasta. Mientras se mira en el espejo presiente que la mañana será aún peor.
Es un periodo inestable para él. Múltiples situaciones a lo largo del pasado año han estado a punto de llevarle al colapso neuronal.
Continúa mirando su figura en el espejo, la cual no reconoce. Una sensación que permanece en su sistema nervioso desde muy temprana edad.
Siente la imperiosa necesidad de gritar.
De salir corriendo a la calle, desnudo.
Algún ápice de sentido común que todavía reside en su psique lo empuja a desechar la idea, optando por salir en albornoz.
Uno de sus vecinos, Pedro, le pregunta si se encuentra bien. Hace varios días que no toman café.
Á‰l responde que ha tenido varios problemas personales últimamente, que no le apetece mucho socializar. Que lo siente mucho.
Pedro golpea su espalda en un tono amistoso.
Á‰l se da media vuelta y espera el ascensor, intenta dilucidar el porqué de esos sentimientos tan extraños últimamente, piensa si será debido a su atracción por lo desconocido, por la búsqueda de esa verdad última.
La gente lo mira al pasar, su albornoz y ese estilo de pelo “me acabo de levantar” no ayudan mucho a pasar desapercibido. Algo que, por otra parte, le da completamente igual.
En cualquier caso son las siete de la mañana.
Decide, a continuación, tomar un café en el bar de Ramón, siempre una agradable motivación. Como es habitual a esas horas, algunos taxistas se toman una copa antes de irse a dormir. Otros desayunan.
—Un café, por favor.
—¡Vaya pintas traes hoy! ¿Qué te ha pasado? —responde Ramón.
—Un mal día compañero. Y un pacharán.
—Como guste el caballero — añade Ramón, con esa sonrisa que denota su asombrosa comprensión psicológica.
Coloca el café a su izquierda, el pacharán a la derecha, y comienza a ojear el periódico.
—Ramón, me tengo que ir de esta ciudad— comenta en un tono desesperado.
—¿Qué te ha hecho la ciudad?
—La ciudad no me ha hecho nada, o quizás todo. En cualquier caso me tengo que largar un tiempo.
—Haz lo que sientas, amigo. Pero presiento que tu problema no se va a solucionar con abandonar el barco— afirma Ramón.
—Como siempre, tienes razón. Pero creo que tengo que encontrar algo. Aunque no sé muy bien qué.
—¿Dentro o fuera de tu mente? —pregunta Ramón algo preocupado.
—Creo que ambas, amigo.
—Siempre echaremos de menos lo que no tenemos— concluye el psiquiatra.
El silencio sigue a su máxima, inundando todo el bar con su fuerza.
Á‰l mira el vaso con pacharán, comienza a jugar. Dándole vueltas y vueltas sin beber ni un trago.
—¡Nos vemos a la vuelta, Ramón! — exclama mientras abraza a su psicólogo particular.
La calle comienza a llenarse de gente, parece que brotaran directamente de los primeros rayos de sol que aparecen ente los edificios.
Comienza a sentir frío. Pero es un frío interior. En pocos momentos se traduce en expresión física, llenando completamente su cara y la palma de sus manos de sudor.
Decide sentarse por unos momentos en un banco del parque a fumarse un cigarro. A intentar ordenar todos sus pensamientos.
Mientras el cigarro produce una interminable colilla de ceniza, él mira al horizonte. Hacia las montañas. Por unos segundos siente esa libertad que busca hace tanto tiempo. Pero pronto se desvanece.
Innumerables pensamientos vuelven a brotar en su mente, disyuntivas absolutas que hacen de la imagen de sí mismo un negativo sin revelar.
Da una calada profunda, hasta que el papel alcanza el filtro y quema sus labios.
—Joder. ¡Qué estúpido! —exclama.
Al tirar la colilla al suelo, su mirada descubre algo en el suelo. Es una carta. Se levanta para recogerla. La gira.
—¡Me cago en la leche!—exclama, mientas ríe a carcajadas.
A continuación mira de nuevo hacia las montañas. Vuelve a mirar la carta. Estalla en otra carcajada.
—¡La carta del loco! ¡Hay que joderse!
Tras observar la carta durante unos segundos más, se levanta y se dirige a su apartamento. Su atuendo unido a esa extraña sonrisa producen una extraña mueca incomprensible en la gente con la que se cruza.
En el portal vuelve a encontrarse con Pedro, que se dirige a cumplir con su jornada laboral.
—Pedro, mañana nos tomamos ese café. Muy pronto me iré de la ciudad.
—Sabía que tarde o temprano escucharía esa frase. De acuerdo amigo, en mi casa. Como siempre.
—Ok. Pedro, que tengas un buen día.
—Igualmente.
Al entrar al apartamento siente de nuevo esa sensación extraña que lo acompaña durante los últimos meses.
Se sienta en su sillón favorito, él único que tiene. Observa la carta del tarot de nuevo. Sonríe.
La mañana va tomando forma en la gran ciudad, los claxon, las sirenas las voces humanas invaden lo esencial.
Á‰l cierra los ojos.
La carta se desliza de sus dedos y cae al suelo. Permanece en la posición que fue encontrada.
Á‰l comienza a soñar. Vuela entre nubes. Algunos extraños personajes vuelan con él en torno a un objeto circular.
Extrañamente una agradable sensación lo invade.
Fuera, aunque soleado, el día continúa siendo uno de esos oscuros días de invierno en la gran ciudad.