El conservador Maurizio Seracini ha confirmado el hallazgo de la misteriosa obra La batalla de Anghiari, pintada en torno a 1505 por Leonardo da Vinci y que desde mediados del XVI habría vivido oculta bajo otra pintura mural, realizada ésta medio siglo después por el célebre Giorgio Vasari, arquitecto, pintor y biógrafo de los más grandes artistas del Renacimiento. Ambas obras, la oculta y la visible, se hallan cubriendo una de las paredes del imponente Salón de los Quinientos, la mayor de las salas del Palazzo Vecchio de Florencia. El motivo por el que Vasari pintó sobre la obra de su admirado Leonardo responde al lamentable estado en que se encontraba ésta, problema que ya tuvo el genio de Vinci con su otra gran pintura mural, La última cena del convento de Santa Maria delle Grazie de Milán.
El equipo dirigido por Seracini, utilizando las más avanzadas técnicas, ha podido acceder tras décadas de investigación a la inacabada y escondida obra de Leonardo. No obstante, tras confirmar el descubrimiento, Seracini y los suyos se han apresurado a declarar que el estudio se halla aún en una fase inicial. Los resultados de las prospecciones realizadas desvelan que una muestra de color negro encontrada detrás del fresco de Vasari presenta una composición química similar a la del pigmento usado por Leonardo en obras como La Gioconda.
Se plantea ahora el dilema de qué hacer con la pintura visible. Parece que lo más razonable sería dejar las cosas como están, máxime si tenemos en cuenta que seguramente de la obra de Leonardo apenas queden unos trazos y que, además, si se levantase la de Vasari, al tratarse igualmente de una pintura mural, resultaría ésta tan sustancialmente dañada que se perdería para siempre. Más vale pues, a mi entender, conservar una obra de Vasari con buena salud que sacar a la luz otra de Leonardo en secular descomposición.
Pero mientras los expertos en la materia se enfrentan a tal disyuntiva, yo recomiendo encarecidamente visitar el deslumbrante palacio florentino. Sus otras dependencias, más allá del gran Salón de los Quinientos, bien merecen un atento recorrido. Sin duda, sorprenderá al visitante la colorista y delicada decoración pictórica que cubre los techos y paredes de sus estancias, en llamativo contraste con la robustez de esa enorme mole pétrea que es el edificio en su exterior. Téngase en cuenta que al contemplar ese ángulo que forman su fachada principal y la vecina Loggia dei Lanzi, con los Uffizi abriéndose al fondo, probablemente se halle el viajero ante el más bello rincón urbano jamás concebido. Las réplicas del león alado y de la Judith de Donatello, así como la del gigantesco David de Miguel Ángel, el titánico Hércules sometiendo a Caco esculpido por Bandinelli, el victorioso y eternamente bello Perseo de Cellini, o la ascendente llama de mármol que dibujan en el aire las figuras de Giambologna, conforman el más magnífico museo al aire libre que se pueda imaginar.
Visiten Florencia, caminen por su Piazza della Signoria y entren a su Palazzo Vecchio.
Para un occidental debería ser esto como para un musulmán visitar La Meca: hágase, al menos, una vez en la vida.