Consonancias, 39
Nacido en Milán, en 1933, Claudio Abbado figura en la lista de los grandes directores del siglo XX que han prolongado su actividad en los primeros lustros del XXI. Es heredero de figuras míticas, como Carlo María Giulini, su maestro, fallecido en 2005, y forma tándem con Riccardo Muti, algo más joven que él y otro de los pesos pesados de la dirección orquestal en los momentos actuales. Junto con Arturo Toscanini, Víctor de Sabata, Giuseppe Sinopoli, Bruno Maderna, Claudio Scimone, el malogrado Guido Cantelli, Fabio Biondi y Riccardo Chailly, completa el cuadro de honor de las grandes figuras del podio que han surgido en Italia durante los últimos cien años.A Claudio Abbado se le echaba de menos en el Auditorio de Zaragoza. Por este foro han desfilado casi todas las grandes batutas del momento, desde Neville Marriner, el más veterano, a Krzysztof Urbanski, entre los más jóvenes, pasando por directores de tanto prestigio como Lorin Maazel, Zubin Mehta, Simon Rattle, Michael Tilson Thomas, James Conlon, Gianandrea Noseda, Mariss Jansons, Kurt Masur, Valery Gergiev, Yuri Temirkanov, Daniel Barenboim, Nikolaus Harnoncourt o John Eliot Gardiner, citando solo a los extranjeros; otro día habrá que hablar de los españoles.
Llegó Abbado a finales de marzo del presente año y encandiló al público con su elegancia, su discreción y su originalidad. Tuvo también un gesto infrecuente, como es el de ceder la batuta en una de las piezas del concierto a su asistente, el valenciano Gustavo Gimeno, una de las jóvenes figuras españolas de proyección internacional.
La trayectoria de este hombre es espectacular. Sustituyó al mítico Herbert von Karajan al frente de la Orquesta Filarmónica de Berlín, considerada una de las mejores del mundo, y estableció en ella una nueva política de proximidad a los músicos, que le granjeó un permanente aprecio. Desarrolló una estrategia basada en la calidad de las interpretaciones y en la independencia respecto a las grandes casas discográficas a la hora de grabar. Ello ha dado como resultado una serie de registros de enorme calidad, veraces y sin concesiones.
Abbado dirige con elegancia, austeramente, sin gestos impostados. Su figura amable obtiene rendimientos entre los músicos bastante superiores a los que tiempo atrás conseguían algunos colegas partidarios de la disciplina férrea. El haber superado una grave enfermedad significó un giro importante en su carrera, acrecentando aún más su estilo personal y su búsqueda de la excelencia. Desde entonces, parece un tanto ensimismado, pendiente fundamentalmente de esa excelencia.
Entre sus últimas iniciativas figura su asesoramiento para la creación de la Orchestra Mozart, radicada en Bolonia, que actualmente dirige y con la que se presentó por primera vez en el Auditorio de Zaragoza, dejando una huella imborrable tras su paso.