Consonancias, 26
Las temporadas de grandes conciertos que ofrece el Auditorio de Zaragoza en la primavera y el otoño de cada año, destacan por la relevancia de los conjuntos orquestales y de los directores que los encabezan. Uno de los índices que mejor miden el nivel de una programación musical es la nómina de los últimos. Nómina en cuanto listado, aunque también su caché tenga relevancia y suela reflejar la calidad y la fama del interesado. Haré en sucesivas entregas un pequeño repaso de las figuras que últimamente han ocupado el podio de la sala Mozart.
Voy a comenzar por una figura longeva, casi mítica, llamada Lorin Maazel. Este norteamericano de origen francés, que pronto cumplirá 83 años, es todo un caballero del podio. Pudiéramos decir que es casi un dandy de la batuta, en el mejor sentido del término. La elegancia de su imagen y el refinamiento sus gestos son su carta de presentación.
Su larga trayectoria musical comenzó a los ocho años, con una gira por Estados Unidos como director de orquesta: todo un reto e indudablemente un espectáculo. Fue un fenómeno tan excepcional como novedoso, un prototipo de lo que podríamos considerar como un niño prodigio convertido en director-estrella. A los quince años debutó como violinista y a los treinta fue el primer director norteamericano que pisó el sagrado templo wagneriano de Bayreuth.
Ha dirigido las mejores orquestas del mundo y tiene una especial vinculación con España, concretada en su tarea como asesor de la cátedra de violín de la Escuela Superior de Música Reina Sofía, de Madrid, y en su función de director titular, junto con Zubin Mehta –otro mito–, del Palau de les Arts Reina Sofía de Valencia. Ha dirigido una docena de veces el concierto de Año Nuevo en Viena, un acontecimiento de alcance mundial que acrisola la figura de un director para siempre. El Auditorio de Zaragoza lo ha recibido en varias ocasiones, la última el pasado 20 de noviembre dirigiendo a la MÁ¼ncher Philharmoniker. En una de las anteriores, hace varios años, estrenó su concierto para violín –también es compositor– que él mismo interpretó como solista.
Un experto ha escrito que Lorin Maazel es en la actualidad uno de los directores-espectáculo más fascinantes, con una brillantez de estilo que ni siquiera intenta ocultar detrás de las obras. Es un intérprete musical que juega con todos los gestos y mímicas a su alcance, dentro de una portentosa técnica de batuta que sabe manejar con destreza y habilidad. El vigor impulsivo de sus indicaciones no tiene nada de incontrolado, aunque en ocasiones suscite una fría perfección que dosifica en demasía los efectos. De todas maneras, es tan inteligente como para prever los peligros de una interpretación superficial. La claridad rítmica, la transparencia de la imagen tonal y la configuración de unos perfiles ásperos conforman su técnica de dirección, aunque para Maazel el brío efectista se encuentra situado en lo más alto de su escala de valores. En su opinión, las formas de un director sobre el podio han de resultar al menos tan interesantes como el propio sonido.
Con esta filosofía como bandera, cualquier sala de conciertos consigue un regalo al recibirlo. En el Auditorio de Zaragoza se le espera de nuevo.