El artículo periodístico, la columna, como los demás géneros, tiene sus características y sus límites. Se ha repetido, por parte de cierta crítica, que los límites entre los géneros son relativos y movedizos; y alguno llega a afirmar que no hay géneros, sino literatura -buena o mala- sin más. Á‰sta me parece una postura crítica extrema y simplificadora. Géneros, haberlos, haílos. Y el artículo, entre ellos, es una criatura un tanto especial. Debe ser un texto, para empezar, limitado. Limitado en espacio, en la temática, en la mostración del aparato argumentativo y cultural del autor. Como limitación temática quiero decir que no puede desarrollar argumentos o ideas muy elaboradas o complejas, sino “detalles” de la realidad; pequeñas esquinas del mundo, la noticia que a lo mejor pasa desapercibida o la anécdota que olvidaría cualquiera. El artículo, en este sentido, se asemeja a la estética del poema y se aleja de la del tratado: se da un un solo “impulso” (el lector tiene que leerlo de golpe, sin pausa ni etapas) y no necesita de un tema que, en su mismo, sea importante. Aquí distinguimos el buen articulismo del ensayismo. Ortega, Marías, Unamuno fueron grandes ensayistas. Saben tramar una concatenación de ideas complejas y rigurosas. Lo mismo podríamos decir de autores vivos como Sánchez Ferlosio o Jiménez Lozano, cuyos textos periodísticos requieren una lectura sosegada y, si es posible, acompañada de un lápiz para anotar y subrayar.
Por otro lado el artículo requiere un punto de vista personal -muy personal- que esté adobado con ironía y cierta distancia; y libre de dogmatismos y apriorismos. Hay buenos escritores, pero no resultan articulistas puros por ser demasiado “ideólogos”. Jiménez Losantos, Juan Goytisolo, Pío Moa, Juan Luís Cebrían son autores que, de antemano, sabemos por “donde irán” ideológicamente. Son escritores “ideológicos”, aunque mantengan cierta independencia respecto a grupos y partidos.
Ni ensayistas ni ideólogos. Brevedad e intensidad. Como un poema, no en prosa, sino prosaico. Conocimientos y experiencias ricas, pero latentes, sin alardes ni excesos (no existen aquí las notas a pie de página que son el género favorito de los pedantes). Humor sin alharacas que proviene, en última instancia, de una visión muy amplia del hombre y sus males. Escepticismo como forma de sabiduría y, sobre todo, de desconfianza de las soluciones fáciles (utopías de distinto signo). Capacidad de contención y sobriedad (no hay que decirlo “todo” en cada columna) e incluso ironía con respecto al propio punto de vista (esto último deriva en una extraordinaria humildad).
Con tantos ingredientes, no todos son capaces de dar el punto justo a este dificultoso guiso. Fueron en un tiempo González Ruano, Camba, Pla. Hoy pocas plumas privilegiadas merecen varias estrellas en la Guía Michelín del articulismo.
La primera es la de don Manuel Alcántara, recién llegado a la condición de octogenario y maestro en dar este “punto justo” en el peculiar y difícil arte del columnismo.