Visitar el cuarto de trabajo de un fotógrafo predispone a entrar en una sucesión de archivos y fotos por todos los lados, en una vorágine de imágenes que guardan celosas sus historias.
A veces pienso que los fotógrafos son los guardianes de nuestra memoria pero lo que sí tengo claro es que también son los testigos de la realidad, de los hechos que los demás no vemos, por no saber o por no querer. La fotografía es arte y a la vez el espejo donde nos miramos sin necesidad de palabras.
Teo Félix y Miguel Sanz son dos fotógrafos muy distintos y, sin embargo, complementarios pues si el primero es un cazador del detalle; el segundo es «calleojeador« utilizando el término que él usa. Se hilvanan sus mensajes en un punto, demostrar que el tiempo vive suspendido en lo cotidiano de la vida y también sobre los muros levantados por los hombres. Si Teo es capaz de leer en los rostros y usar la sombra como protagonista, Miguel lo es de convertir la imagen de un rincón urbano en un dibujo a plumilla y tinta china. En donde en uno el ser humano es el pretexto, en el otro es latente su ausencia presentida.
Dos miradas, dos perspectivas de nuestro deambular.
En estos días los dos andan ajetreados, no en balde están inmerso en una exposición conjunta, con nuevos trabajos, en el Espacio Cultural Adolfo Domínguez, abierto desde el día 30 de abril.