No habÃa excusa para no hacerlo aquella tarde. El clima era propicio, los ánimos caldeados, la sangre corrÃa a exceso de velocidad, y en el pecho podÃa escuchar cómo rugÃa el Ferrari que llevaba por corazón. Ninguna disculpa valÃa cuando el escenario estaba más que dispuesto para que sucediera lo planeado. A esos colmillos afilados que brillaban aun a pesar de la poca luz les pasaba por encima una lengua ansiosa que ya saboreaba la escena siguiente. Sin embargo, en el momento crucial el cuerpo todavÃa se resistÃa a moverse, es decir, el órgano encargado de pensar, pensaba, los ojos escrutaban el territorio en busca inútil de amenazas u obstáculos que entorpecieran el curso natural de las circunstancias, pero los miembros involucrados en la tarea parecÃan no asimilar aun la órden de continuar. Fue sólo la fracción de segundo más larga de la vida en que sentÃa ser una pieza de marfil colocada al descuido en un tablero de ajedrez jugado por imbéciles. Y fue esa sensación la que hizo estremecer los brazos, los cuales, recuperando su voluntad de actuar, sacaron el arma y dispararon a quemaropa 5 veces contra el candidato.
Estuvo recibiendo llamadas de un número desconocido por el celular durante más de un mes sin sentir la necesidad de marcar al misterioso y mudo contacto que se quedaba estático al otro lado de la bocina unos segundos y después colgaba, dejando a Virgilia con la tarea de pensar de quién podrÃa tratarse. Siendo una oficinista soltera, aburrida, de edad media y carente de lo que se conoce como vida social, pero con mucha imaginación, cualquier persona y cualquier motivo para llamarla que se le ocurrieran eran posibles. Hasta que descubrió que la bocina del aparato no funcionaba. Cuando la hizo arreglar, su contacto reveló no ser Johnny Depp sino un ejecutivo de cobranza de su TC.