Y que no falten. Seguro que no lo hacen -faltar- en mi maleta, en mi mochila, en mi zurrón, porque con ellos, y no sólo con pan y vino, se hace camino. Lo malo es que pesan como si en vez de literatura llevasen plomo en las tripas, y sabido es que en el viaje hay que ir ligero de equipaje. Yo meto en éste un neceser bien provisto, las pÃldoras y ungüentos de mi elixir de la eterna juventud, y un par de mudas. Lo demás, sin lÃmite de peso, son libros. Ocupan éstos dos terceras partes del espacio disponible. ¡Ojalá me ayude la electrónica, en la que tan poca fe tengo, a aliviar, si no a resolver, ese problema! Dicen que…
En julio y agosto no suelo salir de casa. Está todo lleno. ¿De libros? También, en lo que al minutero de mi reloj respecta. Cae, por lo menos, uno al dÃa, y a veces más. Destaco hoy, entre los de lectura reciente, el que a renglón seguido voy a mencionar.
“Mi padre tenÃa un taller de aparatos de electromedicinaâ€â€¦ Asà comienza El mundo, novela con la que Juan José Millás ganó el último premio Planeta. Y asà concluye: “Recuerdo que al llegar a casa estaba un poco triste, como cuando terminas un libro que quizá sea el últimoâ€. Entre esas dos frases discurre uno de los mejores relatos (y si digo relato es porque no estoy seguro de que sea, stricto sensu, novela) que he leÃdo en mucho tiempo. AgradabilÃsima sorpresa, que me reconcilia con un autor del que siempre me habÃa sentido distante, por no decir lejano. Entre Millás y yo mediaban abismos ideológicos y planteamientos vitales difÃciles de salvar, pero eso, en lo que a mà respecta, es asunto zanjado. La lectura sirve, entre otras muchas cosas, para tender puentes de avenencia, cuando no de abierta amistad, entre el lector, el autor y los personajes de los libros. ¡Qué sorpresa! Resulta que Millás y yo no éramos adversarios, sino complementarios. Afinidades, las nuestras, de niños lobos. He devorado El mundo con avidez, casi con lujuria. Lo he hecho mÃo, lo he subrayado, lo he manoseado, lo he estrujado. No podÃa desviar la atención hacia otras cosas ni desempeñar tareas, acaso más urgentes, pero menos apremiantes, que entorpeciesen el gozoso fluir, sin prisa y sin pausa, de la lectura. Iba yo, durante ésta, deslizándome con suavidad sin freno, incontenible, de lÃnea en lÃnea, de frase en frase, de párrafo en párrafo, de página en página -no tiene muchas- hasta alcanzar la última. Asà leÃa en la niñez, cuando los libros me ayudaban a inventar el mundo y mis pupilas eran telescopios y microscopios de cera virgen, ajuste fino y alta resolución. Novela o no, ¿qué importa eso? Testimonio, autoanálisis, memoria, ajuste de cuentas, balance del debe y haber, crónica familiar y personal, mirada interior hacia el mundo exterior, reflexión, confesión, sanación (o no… Vaya usted a saber) y, en todo caso, apuesta audaz, riesgo asumido, naipes boca arriba y alta literatura. Mejor, añadirÃa, casi imposible. Asà son los libros que de verdad me gustan. PodrÃa enhebrar ahora infinitas consideraciones a cuento de éste. No lo haré. SerÃan de crÃtica literaria, y yo no soy crÃtico, sino lector. Juanjo Millás vino el otro dÃa a Las Noches Blancas y allÃ, durante casi hora y media, hablamos de El mundo y, por supuesto de su mundo, el del autor, que ahora, por gracia de la literatura, es también mÃo y de todo aquel que siga mi consejo, corra desalado hacia la librerÃa más cercana, compre el último premio Planeta y se enfrasque en su lectura. Mi conversación televisiva con Millás no se ha emitido aún. SÃganla el 22 de septiembre, inmediatamente después de Diario de la Noche, en Telemadrid. Luego, el 27 y el 28, saldrá en La Otra. No lo digo por ganar audiencia, aunque también, sino para que den la vuelta a El mundo en ochenta minutos, antes o después de haberlo leÃdo, guiados por su autor. EnvÃo desde aquà a éste el silbido de Bagheera a Mowgli (otro niño lobo): tú y yo somos de la misma sangre.