La economía de crisis, por definición, es aquella que se viene a ejecutar en períodos de crisis, y no digo nada nuevo, sólo una perogrullada, de perogrullo, pero no deja de ser una tautología que en muchas ocasiones olvidamos en pos del recuerdo de tiempos pretéritos cercanos o de sueños ilusorios de un futuro imaginario.
Durante los años que transcurrieron desde 1996, más o menos, hasta 2008, más o menos, tampoco nos vamos a poner ahora exquisitos con las fechas, vivimos una época de bonanza económica que no habíamos conocido jamás, y tal fue nuestra sorpresa que nos dio por pensar, fíjate tú que locura, que la cosa duraría para siempre, ¡ay, lo que tenemos que aprender de nuestros mayores!, ellos no se lo habrían creído, jamás, y hubieran guardado para cuando vinieran maldadas.
Pero no, nosotros éramos más listos que nadie, mejores que cualquier otra generación que hubo o cualquier otra que estuviera por venir, podíamos gastar a expuertas y endeudarnos hasta el tuétano, ya lo pagaríamos, ¿qué importaba si al final pagábamos el doble en intereses? El caso era tener, poseer, materialismo a la enésima potencia, siempre algo más que el vecino.
Luego la crisis llegó, nos golpeó, los que se expusieron en exceso lo pagaron, y lo siguen pagando, los que guardaron algo sobreviven, los dramas sociales son continuos, algunos merecidos, otros no, y no nos queda otra que arremangarnos y empezar a movernos por el fango de la economía de crisis, que no es más que la gestión de la austeridad.
Una gestión de la austeridad que parte por el control exhaustivo de los costes, innecesarios la mayoría, para maximizar los beneficios por abajo, por los costes, en lugar de hacerlo por arriba, por los ingresos. Familias, empresas, autónomos, y gentes variopintas tienen que dejar de pensar en lo que ya no pueden comprar y contentarse con lo que ya tienen, que es mucho si nos comparamos, con tiempos pasados, o con sociedades más necesitadas, y es que en el fondo, ¿estamos tan mal, o es que necesitamos demasiadas cosas para estar bien?
Cómo dijo algún sabio, «no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita».