Posiblemente Hopper fue el artista que más influyó en la escenografía de muchas obras cinematográficas. Huston, Kazán, Lynch, Antonioni, Coppola o Haynes son algunos de los directores que consiguieron planos con el enfoque artístico de Hopper. No es casualidad si tenemos en cuenta que en su pintura se cuentan mil historias en una sola mirada. No es casual que sus paisajes tengan la realidad de la luz, como en el cine. No lo es porque sólo retrató lo que vio, miró y sobre todo observó, como el voyeur que escudriña la pantalla. Le llaman el pintor de la soledad aunque yo también creo que es el pintor de la provisionalidad en el sentido de que fue capaz de hacer percibir la atmósfera que hace pender la escena de un algo intangible a la espera de un desenlace. La futilidad de una mirada capaz de retener instantes que sólo son películas con finales sin desvelar.
Edward Hopper también experimentó la provisionalidad en su carrera como pintor que no le permitió vivir de ella hasta llegados los 43 años. Gozó de un gran prestigio como ilustrador gráfico e incluso son de su mano carteles del Gobierno Norteamericano para la propanda civil en la II Guerra Mundial pero para él era un trabajo profesional que en el fondo detestaba por la sumisión al encargo. En 1924, después del éxito de su primera exposición individual, Hopper se libera de esa carga e inicia una actividad creativa que no se detendrá hasta su muerte en 1967.
Su particular realismo toma la textura cromática del impresionismo para invitarnos a compartir la observación de la escena. Sus cuadros son impensables sin la presencia del observador, se convierte en el tema de la obra en casi todas sus producciones. De esa mirada a la interioridad de los personajes brota el genio de Hopper, ése artista que hizo del preámbulo aviso de las realidades y que trasladó la esencia de un país a sus telas.
fotos E. Mateo
Autorretrato 1925-1930 |
Carretera en Maine 1914 |
Yonkers 1916 |
Desnudo subiéndose a la cama 1905 |
Habitación de hotel 1931 |