Para poder reconstruir la evolución de la especie humana desde la prehistoria (período de tiempo donde no habían aún documentos escritos) la arqueología necesita, estudiar no sólo los restos humanos, sino también los materiales, utensilios, monumentos y obras de arte realizados por el hombre. Afortunadamente, la excavación de yacimientos prehistóricos también nos han aportado el conocimiento necesario de distintos períodos de nuestra prehistoria y nos ha permitido conocer algo más: el momento en que surgieron «los primeros seres humanos capitalistas». Estos primeros humanos de la Edad de Piedra que gracias a su esfuerzo y creatividad hicieron posible el desarrollo y la evolución de todos los pueblos y culturas, o el desarrollo de la tecnología pasada y presente.
La clave de todo desarrollo futuro de nuestras actuales sociedades se encuentra, sin lugar a dudas, en la Edad de Piedra, concretamente en el Paleolítico Inferior. La evidencia está en los instrumentos en piedra y hueso encontrados que han llegado hasta nuestros días para mostrarnos el origen del desarrollo económico del ser humano. En la era del «homo antecessor», es donde la actividad tecnológica humana tuvo su inicio, hace unos 2,5 millones de años, como lo demuestran los yacimientos arqueológicos hallados de Etiopía, o quizás fuera antes…
Lo cierto es que los habitantes del Paleolítico tuvieron que emplear y combinar adecuadamente cuatro factores importantes: materia prima, trabajo, creatividad e ingenio y su elemento más preciado, su tiempo. El «homo antecessor» se convirtió en el primer ser humano capitalista, precisamente desde el momento en que descubre que para producir sus herramientas (los primeros bienes de capital), necesitaba renunciar al consumo presente con el fin de obtener mayores consumos en el futuro y, por tanto, que para conseguirlo precisaba «ahorrar». Sólo poco después, o tal vez incluso antes, descubriría las ventajas de la especialización y la división del trabajo.
Hasta antes del «homo antecessor», los primitivos seres humanos que vivían en la sabana africana dedicaban todo su esfuerzo a la recolección de frutos caídos de los árboles y a aprovechar la carroña que dejaban otros animales. Por lo que su desarrollo se veía supeditado a las fuerzas de la naturaleza y a la suerte de no resultar víctimas de otros animales con quienes compartían las zonas con agua. Los seres humanos descubrieron que los huesos de los animales contenían un alimento muy nutritivo, el tuétano, y se las ingeniaron para romperlos y retirar el alimento. No sabemos cómo, si al golpear por casualidad unas piedras con otras, o al astillarse de los huesos, descubrieron la posibilidad de fabricar sus primeras armas y herramientas primitivas de caza. El hecho es que ese ingenioso descubrimiento fruto de la experimentación, le ofrecería al ser humano la oportunidad de estar a la altura de otros grandes depredadores de la época.
Una cosa llevó a la otra, y de las primeras piedras y huesos punzantes llegó la necesidad de disponer, ya no por casualidad, de instrumentos tallados de piedra y hueso. La única dificultad que el hombre del paleolítico encuentra es que para fabricar estos instrumentos necesita tiempo, el mismo que emplea en buscarse los alimentos necesarios para su subsistencia. Por lo que haciendo gala de su ingenio, decide que para fabricar estos instrumentos debía reducir en algo su consumo y acumular frutos y carroña, para disponer de la cantidad suficiente de alimento como para subsistir durante los días en que se dedicará a su fabricación. El «homo antecessor» había descubierto que podía ahorrar reduciendo su consumo presente, pero debe hacerlo sin que de ello dependa su vida. Aunque bien sabe el antecessor que este sacrificio será compensado con una mayor oportunidad para hacerse con más alimentos, por lo que pone todo su empeño y creatividad en fabricar las más sofisticadas herramientas de piedra y hueso que irá perfeccionando en base a la experiencia, primero para la caza y la recolección, después para la pesca.
Ha surgido el capitalismo
Con el proceso deliberado de fabricación de los primeros bienes de capital (instrumentos de piedra y hueso) que utilizaron los seres humanos en el paleolítico, ha nacido el primer capitalista. Hay un principio esencial que lo identifica: la necesidad de reducir el consumo presente con el fin de obtener mayor consumo futuro. El antecesor ha sacado el mejor provecho de su decisión de fabricar sus propios instrumentos, aunque para conseguirlo ha evitado realizar procesos de fabricación excesivamente largos que agoten sus existencias de alimentos. Ya tendrá la oportunidad de seguir procesos más sofisticados, de momento requiere el tiempo preciso como para lanzar su producción y hacer uso de la misma en su beneficio y el de su prole.
La acumulación posterior de otros bienes de capital requerirán cada vez menos esfuerzo, ofreciéndole al antecessor de la posibilidad de dedicar más tiempo a la creatividad y el ingenio que le permitan diseñar instrumentos más sofisticados y a buscar materiales más adecuados y duraderos. Piedras como el sílex, que rompían en láminas al golpearlas y que servían como cuchillos y como puntas de flecha y de lanzas, hachas que cortaban por dos caras, arpones, agujas y anzuelos, fueron sus prioridades, aunque con la especialización y la división del trabajo ganaron también tiempo, incluso para dedicarlo a desarrollar su creatividad artística: pinturas, esculturas y grabados que hoy perduran. El futuro del antecessor es también historia, el hombre ha iniciado una etapa en su desarrollo que ya no parará nunca, los bienes de capital empiezan a ser sustituidos por otros más sofisticados, aprendiendo a utilizar los recursos de forma más conveniente, llegando a convertirse en empresario y siendo capaz de intercambiar sus excedentes por otros productos. Pensemos que nada de ello hubiera sido posible sin esa primera decisión capitalista de ahorrar e invertir.
Hoy la decisión de ahorrar parte del consumo presente para conseguir bienes futuros, sigue en el fondo del desarrollo del capitalismo. Algunos de esos bienes futuros permiten fabricar otros bienes distintos, a los que definimos como bienes de capital, que combinados adecuadamente con otros factores de producción (como el trabajo), dentro del aparato productivo, nos permiten alcanzar productos más sofisticados. Naturalmente los factores que intervienen en la fabricación tienen un coste de utilización, una retribución. El capitalista, no es otro que el empresario actual, pequeño o grande, que sigue tomando las mismas decisiones que el antecessor: ahorrar, o lo que es lo mismo consumir menos del valor de lo que produce para producir más en el futuro. El ahorro del capitalista hoy es la retribución que le cuestan sus factores, incluyendo el trabajador que acepta la retribución para conseguir consumir en el presente. Hoy el capitalista, sin embargo, corre el riesgo de errar en sus previsiones y no alcanzar nunca la producción final, si no ha cuantificado correctamente los costes de sus factores, o si el precio de su producto no es el adecuado para que su inversión prospere. Si el empresario se equivoca, o si yerra en sus predicciones, el proceso productivo se trunca y el esfuerzo queda en nada.
¿Qué significa refundar el capitalismo?, ¿qué parte del proceso no funciona? ¿Significa refundar el capitalismo hacer que las rentas del ahorro tributen más, o que los bienes producidos finalmente tengan mayores impuestos, o que cambiemos las reglas de juego al empresario obligándolo coercitivamente a cumplir determinadas normas burocráticas que elevan sus costes?. O tal vez refundar el capitalismo implica aplicar medidas que entorpezcan el libre funcionamiento de los mercados, e impidan al empresario saber a qué atenerse y realizar correctamente sus predicciones, o quizás peor aún, utilizar una política económica intervencionista que acabe finalmente con sus expectativas, o una política que grave el ahorro y la inversión que pondría fin a la etapa de acumulación del capital, y con ello a la etapa productiva real de la economía que nos ha permitido conseguir el desarrollo y bienestar actual. Quizás hay quien deba saber que los bienes de capital no son perpetuos, que sufren un desgaste natural y la obsolescencia, y que si no se reponen en el justo tiempo, tanto el crecimiento económico como el empleo se resienten, y con ello nuestro nivel de vida naturalmente.