“El camino más corto para encontrarse uno a sí mismo da la vuelta al mundo. Me dispongo a dar la vuelta al mundo… Quiero anchura, dilataciones donde mi vida tenga que transformarse por completo para subsistir, donde la intelección requiera una radical renovación de los recursos intelectuales, donde tenga que olvidar mucho –cuanto más, mejor- de lo que supe y fui… Siento en mí la beatitud de la libertad conquistada. Seguro que no hay nadie ahora más independiente que yo…” Del Diario de un filósofo, del Conde de Keyserling, en 1919.
Con esta cita comienza mi amigo Manu la enorme peripecia con unos compañeros americanos en 1965 para ver cumplido su deseo de dar la vuelta al mundo con poco más de veinte años.
¿Quién no ha soñado alguna vez con dar la vuelta al mundo? Leguineche comenzó ese sueño una tarde de primavera para un viaje que iba a durar siete u ocho meses y que mil aventuras prolongaron por espacio de dos años y más de 60.000 kilómetros. “The great affair is to move”, escribió Stevenson, uno de los autores preferidos que iluminaron el viaje de Manu junto a los de Kessel, Mc Orlan, Conrad, Kipling, Verne, Hemingway y Kerouac, que habían estimulado su hambre de viajar.
Este libro describe con nervio, emoción y nostalgia lo que sucedió en ese tiempo. Recorremos con Manu treinta países de los cinco continentes, el mundo en total libertad y a pulso en un auténtico desafío a una sociedad cada vez más racionalizada.
Desde los ardores del Sáhara o del desierto de la Sal en Persia, a la zona más lluviosa de la tierra, al norte de India, o sobre las nieves del Himalaya hasta la singladura de Australia, a través de dificultades mecánicas y aduaneras, ladrones, disentería, hambre, deshidratación o fiebres, con horas de euforia y de desánimo, este cuaderno de bitácora tiene el ritmo de las mejores novelas de acción. Un libro de viajes y aventuras, entre salvaje y excitante, que deja sin aliento al lector. Es un soplo de libertad y espontaneidad, una saga de aventura y supervivencia en tierra, en plena era de la exploración del espacio.
Cuando descubrí este libro, mi alma añoraba escapar en busca de una identidad perdida. Me solía acometer cuando se acercaba la primavera y removía tierra y cielos para que todo me condujese a emprender un viaje “inevitable”. Así viajé a cerca de un centenar de países, pero ya no fueron “el camino más corto” porque, como el ángel reprocha a la comunidad de Efeso, por donde pasé hace unos meses, “conozco tus obras, tus trabajos y que no puedes tolerar a los injustos… pero tengo contra ti que has perdido el impulso de tu primer fervor”.