Frontera es orilla
de su propio misterio
Francisco Basallote.
LA BÁšSQUEDA DE LA BELLEZA contrae la certidumbre de lo que siendo inalcanzable posibilita el goce efímero que brinda.
En ese abundamiento la armonía que ejerce sobre el espectador procura un espacio de justicia: el mundo se nos presenta inédito, génesis del alumbramiento de la mirada remozada que obra sobre aquél –el espectador- desde dentro. Es decir, un proceso de construcción interior y permanente introspección.
El arte conjuga ambas sensibilidades para aposentar su espíritu en la del ser humano, en el que transfigura y transfiere su patrimonio intangible.
La realidad inteligible que el filósofo griego Platón definía como Idea se vincula intrínsecamente con la expresión inmaterial del arte.
La trascendencia estriba en la disposición de transformar la realidad sensible –cosas- y su naturaleza material, en la revelación que somos: la creyente afirmación en la exploración incesante.
El arte es luminaria que se empuña con la vana pretensión de vislumbrar más allá de misterio que nos envuelve.
PRECIPITACIÁN HACIA LO ESENCIAL e insondable, ese es el verdadero fin que persigue el artista.
Explorar la sima de lo connatural y efímero que subyace en el yo. La huella dactilar es única: la fragilidad.
El arte aspira a recordarnos que nuestro paso transita por la senda que otros hollaron. La conexión es universal y abarca tanto a quienes nos precedieron como antecedimos.
El pintor ruso Vasili Kandinsky afirmaba que “El arte va más allá de su tiempo y lleva parte del futuro”.
Ese valor de nuevo augurio lo fue antes de asentimiento con el tiempo pasado. Las pinturas rupestres, a modo de ritual al abrigo de las cuevas o el primer grito de dolor y desgarro por la pérdida de un semejante, se prestaron a indicarnos que el lenguaje no es tan solo un medio de expresión. Es una necesidad de erigirnos en protagonistas del espacio que moramos.
El lenguaje nos dota de conciencia. De esa “resonancia interior”, a la que recurría el autor de Sobre lo espiritual en el arte para explicar el efecto que provoca y que la convierte en una manifestación del alma.
JOSÁ‰ LUIS NAVARRO TRAZA EL PERFIL DE LA AUSENCIA. De ello es consciente quien contempla su obra pictórica que trasmina con poderosa sinestesia.
El desprendimiento se transluce como signo distintivo y premeditado de solaz abstracción: la línea emboscada, aparentemente ingenua, es arquitectura de lo arcano; la simbología atávica del cuerpo humano concebido sin rasgos, sin memoria, parece clamar piedad para el mundo; el instante conmovido no se detiene en la linde del lienzo y es merecedor de la reflexión a la que dispone su encuadre; la ironía contextualizada en la estética personal y depurada del autor nos exhorta a considerar lo menudo que somos; la sensación de serena nostalgia acompasa el sentir que traspasa la mera observación, convirtiéndose en meditación.
El pintor granollerense acumula tal dosis de heterogeneidad en la práctica artística que, de forma y manera redescubridora, su evolución gravita en el tiempo.
La indagación es basamento vertebral en su quehacer creativo. Aglutinando y componiendo una miscelánea rica en propuestas transversales, gracias a su capacidad y maestría en ensamblar una amplia gama de procedimientos pictóricos. A lo que incorpora el espíritu lírico, incidiendo en el trasunto que definiera Rembrandt, “El pintor persigue la línea y el color, pero su fin es la poesía”.
La pintura es celosía para la imaginación de otros horizontes que nos recatan del hastío y embargan de inquietud. Una inquietud vital y esperanzadora.
EL CIELO BENEFACTOR SE ANUNCIA en cada nueva obra de José Luis Navarro. Y ese lugar no es privativo ni privilegiado. Nos pertenece. Su textura aviva en la mirada de quien la contempla, el deseo de habitarla.