DINO BUZZATI
El desierto de los Tártaros
Prólogo de Jorge Luis Borges
Traducción de Carlos Manzano
Editorial Gadir, 270 páginas
Escribe Alberto Manguel en El sueño del Rey Rojo que “Toda lectura es subversiva, a contrapelo, como descubrió Alicia, una lectora cuerda” Hablamos de Alicia la de El País de las Maravillas. Luego si leer es subversivo ya que invita a ser crítico, ¿puede ser la relectura una subversión voluntariosa y propia, por ser necesaria, tras la meditación que nos lleva a comparaciones incluso diferentes de la ficción literaria, cuando las circunstancias que envuelven nuestras vidas no son impropias e impuestas? A ello nos puede llevar la obra que se lee por su calidad y justicia perenne, es decir, que se mantiene viva fuera del tiempo donde transcurre. Y eso me ha ocurrido con El desierto de los tártaros de Dino Buzzati.
Porque se puede encontrar en su relectura una similitud a la soledad especulativa en lo político y lo social de los tiempos que vivimos, día a día, con sus noches correspondientes, esperando no a los tártaros que pueden llegar del otro lado del desierto, sino donde nos han metido los bárbaros que dominan la sociedad según sus intereses y avaricia desde la Fortaleza en que estamos involuntariamente enclaustrado, sin posibilidades de poder escapar de ella, de la ficción de la realidad en la que los poderes nos tienen envueltos. Porque los bárbaros incansables de crear ficciones, nos quieren hacer creer que solo nos queda obedecer y continuar esperando, vigilando la invasión de los tártaros ficticios al otro lado del desierto.
Luego cualquiera de nosotros, puede, ante tanta perplejidad que insistentemente padecemos, que nos produce hasta miedo y el interrogante de qué puede pasar”, trasladar los personajes de la historia de la ficción real que vivimos expectantes, a la Fortaleza edificada por el poder de los mercados y los serviles intereses de la camada mediocre de políticos que viven de los nuestro. Todo porque nos han convertido en esclavos de unas circunstancias intencionadas que se les han ido de las manos por el exceso de avaricia y despotismo deslustrado. Y así vivimos obsesionados y llenos de indecisiones dentro del amurallado recinto de la Fortaleza, donde nos tiene recluidos sin que por el momento, nuestro indeciso ánimo revolucionario les preocupe. Limitándolos a aceptar las órdenes con la secreta esperanza de que llegará el momento del desquite, de volver la ficción impuesta en una realidad más justa, más humana y repartida.
Dentro de toda obra narrativa de Dino Buzzati “El desierto de los tártaros”, es considerada como su mejor novela, y sin discusión la más emblemática. En ella, con una cuidada maestría y perfección se sumerge en un análisis emotivo con el que mostrar la inutilidad y la pretendida heroicidad como justificación de un destino humano. Narrada con austeridad y exactitud, su desarrollo va mostrando el estado anímico de los personajes, la inquietud y desasosiego de sus monólogos en una espera fantasmagórica, donde la vida de todos los que viven en la Fortaleza, va envejeciendo observando el desierto, consumiendo sus vidas en la impaciente de la llegada de un enemigo tan invisible como en el fondo deseado.
Desde el momento que el joven Giovanni Drogo, principal protagonista de este perfeccionada historia, se ha convertido en teniente del ejército, y parte hacia su destino en una mañana de septiembre hacia la Fortaleza Bastiani, donde debe presentarse para entrar servicio, su vida se verá envuelta en un mundo que se convertirá en alucinante pesadilla, al mismo tiempo que en una imprevista esperanza con la que poder justificar la razón de ser de su existencia.
Tan cerca como lejos, se encuentra esa lejanía que marca el desierto, su observación se pierde esperando a los tártaros, tras el obsoleto telescopio con el que se otea la infinita distancia frente a la ansiada esperanza, que surja el estallido que provoque el conflicto bélico para desprenderse de la rutina en la que se encuentra sumida su vivir vegetativo en la aislada Fortaleza casi ignorada y desdibujada frente a la realidad. Tan inútil como parasitario y triste en aquella sociedad el oficio militar, anclado en el tiempo de una clase social sin iniciativas para buscar otras salidas a una mejor razón de vivir.
Triste y opaco el desmoronamiento de esos seres presos de la resignación, víctimas de un fracaso anunciado. Enclaustrados e inertes dentro de los uniformes, envejeciendo resignados, a la espera de un estallido con el que poder conseguir un acto heroico por medio de un enemigo, hasta ahora invisible, con el que alcanzar un soplo de historia para poder confirmar su supervivencia con algo tangible, aunque sea un enfrentamiento carente de una razón justificable.
Toda una metáfora alegórica, donde una mancha oscura allá en la lejanía, parece que se mueve y donde quieren ver al enemigo tártaro que todos desean en realidad, como el salvavidas que los saque de su propio e implacable ahogo. Encontrar tras esa enfebrecida espera de años, la forma de abrazar los destinos con los que reavivar sus existencias, aferradas a dicho espejismo, como única posibilidad para escapar de la banalidad y considerarse algo en la vida. En el prólogo que escribió J L Borges en 1985, y que en esta edición de GADIR abre la novela, señala: “Podemos conocer a los antiguos, podemos conocer a los clásicos, podemos conocer a los escritores del siglo XXI y a los del principio del nuestro que ya declina. Harto más arduo es conocer a los contemporáneos. Son demasiados y el tiempo no ha revelado aún su antología. Hay, sin embargo, nombres que las generaciones venideras no se han resignados a olvidar. Uno de ellos es, verosímilmente, el de Dino Buzzati. Este libro…es acaso su obra maestra”