Después que cada pedacito de marfil se torne arena en las escabrosas manías del tiempo, y que las sirenas mueran en sus tumbas fantásticas, entonces sabré morirme en un recuerdo de púrpura cristal boreal, un escrito perdido de Vinicius de Moraes, una carta del soldado que murió en guerra…
La nota que nunca encontraron Piazzolla y Sakamoto, la masticaré en mi muerte, porque será éste mi ultimo deseo, y las poesías que sigue escribiendo Ferré, caerán a la tierra en agua dándome la unción de los sanos, rebajando con temor la luz que en los cielos me pintará da Vinci; y el arcángel que parió al arte tomará mis manos ya sin peso y me envolverá en gracia y entendimiento. Y yo así habré muerto, a los ojos y los oídos del mundo, dejaré la paz y la guerra en un infinito segundo de aurora, atrás quedarán el amor y el odio, seré yo misma, felíz y muerta en azul suspiro, en puro reencuentro de equilibrio feroz, en fuego de universal amanecer.