Escenarios, 96
La historia de Gaio Marcio Coriolano, el legendario general romano cuya madre y esposa se enfrentaron a él para que renunciara a la violencia con que se producía, está en el origen de la pieza dramática ‘El Antidisturbios’, subtitulada alusivamente ‘Coriol Annus 2M14’, que Félix Estaire ha escrito para reflejar el enfrentamiento entre las fuerzas de orden público y los manifestantes, personalizando el tema en un policía y su hija horas antes de una manifestación en la que ambos van a intervenir desde bandos opuestos.
Dirigida por Patricia Benedicto e interpretada por Chus de la Cruz y Eugenio Gómez, se ha ofrecido el pasado fin de semana en la Sala 0 del zaragozano Teatro de las Esquinas en una producción de la compañía Teatro de Acción Candente.
No es una obra cómoda ni acomodaticia, porque plantea en toda su crudeza dos posturas coherentes en su punto de partida, pero diametralmente opuestas en cuanto a su alcance antropológico y político.
La temática surge al hilo de las revueltas que han ido salpicando la actualidad en los últimos años, con demasiado frecuentes expresiones tanto en nuestra geografía como en las ajenas. El texto no apuesta por ninguna de las dos posturas enfrentadas, sino que intenta abrir un área de reflexión para comprender los mecanismos del ser humano que le sitúan a un lado u otro del conflicto.
La trama nos muestra a un policía antidisturbios a quien han jubilado forzosamente a causa de lo que ahora se llama una mala praxis. El hombre hace un repaso de su vida a través de determinados acontecimientos personales y laborales mientras se prepara para recibir una condecoración póstuma.
Reflexiona sobre sus actos y sobre su trayectoria represiva, mostrando sus contradicciones. Tiene una hija, que se nos muestra en diferentes etapas de su vida, pero que ahora es mayor y relativamente independiente para poder enfrentarse a su padre, cuyos criterios no comparte. Una tensa conversación entre ellos plantea al policía el significado de la honorabilidad y el alcance de la impunidad de gran parte de sus servicios, entre otras cuestiones de largo alcance.
El montaje juega con recursos audiovisuales para amplificar la acción, más que el sonido, ofreciendo planos de diferente localización e intensidad que refuerzan el sentido del drama. Es una puesta en escena minimalista, pero muy efectiva.
La interpretación de Eugenio Gómez es consistente, aun dentro de la inevitable área plana que corresponde a su papel represor, hasta que afloran sus sentimientos ante la tragedia familiar que su actuación ha ocasionado. Chus de la Cruz se desdobla con soltura en las diferentes facetas de su papel de hija, y también en el personaje de la psicóloga que atiende la desazón del policía al ser retirado prematuramente del servicio.
Una obra fuerte, dura, directa, que debe inducir a la reflexión a propios (cuerpos y fuerzas de seguridad) y extraños (ciudadanía manifestante).