¿Alguien nos pidió permiso para nacer? ¿Tiene algún sentido la existencia? Mersault recibe una mañana un telegrama en el que se le comunica la muerte de su madre. En una playa de Argelia, tras bañarse, gozar del sol, del pescado frito, mata sin motivo e inesperadamente a un árabe porque le molestaba el reflejo del sol en su cuchillo por lo que es sometido a un juicio absurdo. ¿Por qué vale la pena nacer, morir, matar? La historia de El Extranjero, o “extraño, ajeno” a este mundo, nos mueve a dar respuesta a estas preguntas, si es que las tuvieran. Mersault es preso del absurdo, del sinsentido de las cosas y los hombres, y ese vacío sin fin le destruye. Era un asesino sin ganas y sin defensa posible, él no intenta justificarse nunca. El hombre absurdo no tiene coartada, acepta un destino mecánico, en ausencia de dioses más perfectos, en palabras de G. Aragón. Los capítulos del juicio, la prisión, el camino hacia la guillotina “confiando en que haya muchos espectadores que me acojan con gritos de odio”, pero sobre todo que no vaya a fallar la maquinaria de la guillotina, porque moralmente uno tiene que colaborar, muestran una escritura maestra, entre lo mejor de un formidable Camus. El combatiente contra las injusticias, contra los golpes de una sociedad real o ilusoria. Luchó contra la pena de muerte, la peste del totalitarismo, el sufrimiento y la vida inútil. “Puesto que uno muere, cuándo y cómo no importan demasiado”, por eso la mejor actitud ante la muerte es no arrepentirse de nada, sin dioses ni clérigos impertinentes.
Albert Camus nació en Argelia en 1913. Estaba convencido de que en el hombre “hay más cosas dignas de admiración que de desprecio”. El otro no puede ser el infierno, así, de entrada, ni produce náuseas. El hombre es un ser de encuentros y de relaciones aunque una gran parte de su vida sea juguete del absurdo, del azar y de una serie de estructuras que él no ha creado y en las que no le permiten participar. En su vivir, el hombre es un ser aherrojado. En 1957 recibió el Premio Nobel de Literatura, lo conocí en mi primera juventud en París, y me golpeó su muerte en 1960 en un accidente automovilístico. A sus 47 años, lleno de vida y “en quÁªte de la sagese”, como nos contó durante un encuentro. “Mi vida pasó por la primera etapa del goce del mar y del sol y de los cuerpos que saben a sal, “Noces” (Bodas); después vino la enfermedad y dio lugar al absurdo (L’Á‰tranger, Calígula, El malentendido); y luego, la rebelión contra la injusticia, (La peste, El hombre rebelde)… “et maintenant je me trouve en quÁªte de la sagesse”. Al poco tiempo se destrozó contra un árbol, se estrelló en lo más granado de su vida.
Camus es uno de mis autores más queridos.
J. C. Gª Fajardo