Y todo tiene que ver con mis vacaciones de filósofo latinoamericano. Fui a Turín a visitar a Gianni Vattimo y a concertar en persona un par de propuestas. Pero resulta que justo llego a la casa de Gianni el día que era el fin del mundo, o así lo habían pronosticado con no tanto acierto alguna vez los mayas, a quienes recuerdo mucho por la obra de Mel Gibson Apocalypto, y justo me toca la hora del fin del mundo a la hora de almorzar con Vattimo. 21.12 a las 12. Pero eran las 10:00 am y había que organizar nuestro final de alguna manera clásica. Yo no quería morir sin haber visitado la casa de Joseph de Maistre en Turín, donde el pobre conde de Chambéry pasó a mejor vida en 1821. Gianni en cambio no quería que el mundo se acabara sin conocer el interior de la casa que había alojado a Nietzsche en Turín, que queda en el tercer piso de un edificio al frente de la Casa de Correos de la Ciudad. “No, no, nada de De Maistre, no tengo idea de dónde ha vivido” –espetó el hermeneuta de Turín- “Si quieres ve tú y yo me quedo aquí leyendo La Repubblica. Sonaba muy lógico, dado que Vattimo es republicano y a mí no me gusta leer periódicos. Joseph de Maistre veía algo satánico en la república y un cierto respecto pánico me hace intolerable la lectura de un periódico con ese nombre en particular.
Como Gianni no era el único en ignorar dónde rayos había vivido o se había muerto Joseph de Maistre nos concentramos en la idea de ir a la casa de Nietzsche. Ambos sabíamos dónde había vivido y, en todo caso, hay una inmensa placa que así lo recuerda en la puerta del edificio. No es ningún misterio. De todos modos tanta publicidad no ayudaba mucho. La casa de Nietzsche es una estancia privada donde alguien suele vivir y no es para nada un museo o algo más aparente como para ir a visitar. Así que el mundo se nos estaba acabando y ninguno de los dos iba a realizar su último deseo. Yo no vería a De Maistre, y él tampoco a Nietzsche.
Ya que todo plan era fracasado, il caro professore corrió con un professore peruviano a la farmacia por si había alguna contusión para el momento final o hacía falta aspirinas o algo por el estilo. Eran las 11:30 am del 21 de diciembre de 2012. Cruzamos la calle y caminamos 50 metros. Cambiamos 500 Euros y luego fuimos por un café. Una cafetería que se halla en Vía Po, exactamente al frente de la casa de Gianni y la Universidad de Turín, que son edificios vecinos. Es la cafetería famosa porque Nietzsche fue habitué de ella y su recuerdo la envuelve en un suave aroma de tortas y chocolate. Y entonces Gianni me contó que un diario lo había entrevistado recientemente y, entre otras idioteces, le habían preguntado qué era lo que más deseaba en la vida antes del fin del mundo, y él respondió que ir a la casa de Nietzsche, y justo, hay que ver lo que son las cosas, estábamos viviendo el fin de todas las cosas con sus deseos frustrados. Al salir del cafetín fuimos a la Librería Biggio, una librería anticuaria donde Gianni me compró por Navidad la edición definitiva del tratado Du Pape del Conde de Maistre, de 1821. Hasta donde sé, se trata del único ejemplar que estaba en circulación en todo el mundo en el instante de la compra. La adquisición se produjo pasados 22 minutos luego del fin final de todas las cosas, esto es, a las 12:22 del 21 de diciembre de 2012. Regresamos a la casa para almorzar la comida de la filipina Jazmine, tomar 30 mil fotografías y pegarnos un fuerte impacto con una botella de vino. Durante la sobremesa ocurrió el milagro: inesperadamente, la ocupante actual del departamento de Nietzsche llamó a Gianni por teléfono. La señora había leído la entrevista impertinente del diario y quería complacer al professore. Lo invitaba a conocer su casa por dentro. Por supuesto, la visita incluida a questo professore peruviano que casualmente pasaba con él la tarde del fin del mundo.
Y, en efecto, después de almorzar fuimos al edificio donde Nietzsche había vivido en lo que entiendo era el subarriendo de un departamento más grande. Si no el fin del mundo, sí el de la tarde, yo tenía la edición original del Du Pape y Gianni estaba preparado ya para cualquier arbitrariedad del destino: aspirinas y el recuerdo del balcón del más profético de todos los locos.