Muchos de nosotros aun no hemos podido salir del sobresalto que nos ha producido leer en la prensa que el “Gobierno español ha aceptado traspasar las competencias en materia taurina de Interior a Cultura”. Los que tienen como profesión hacer de la tortura y matanza de un animal un espectáculo lúdico están eufóricos porque, según sus palabras, «se nos considerará por fin artistas». ¿”Artistas”? Estos señores que se autodenominan “matadores” ¿son “artistas”? ¿De qué?
Parece que algunos miembros del Gobierno olvidan que somos millones los ciudadanos nacidos en este país que disfrutamos escuchando a Falla, Granados o Albéniz; nos quedamos extasiados observando la arquitectura de Gaudí o de DomÁ¨nech i Montaner; nos deleitamos contemplando un cuadro de Goya, de Santiago Rusiñol i Prats o de Sorolla; nos enriquece leer y meditar en lo escrito por Antonio Machado, Rosalía de Castro o García Lorca. ¿Por qué? Porque estos artistas nos enseñan lo bello que hay dentro del ser humano. No puede haber arte sin sensibilidad. En una sociedad donde la violencia y las injusticias forman parte de lo cotidiano, necesitamos contrarrestar lo que nos aflije con algo que llene el vacío que nos causa la realidad y esa es la finalidad de la creación artística y la cultura.
Pero, por desgracia, en este país hay demasiados jóvenes que no saben quiénes fueron Pau Casals o Narciso Yepes. Algunos de estos jóvenes están aprendiendo a torturar toros en las escuelas taurinas del Estado Español subvencionadas por el Gobierno para, en el futuro, ganarse la vida quitándosela a otros. Si ya es alarmante la incultura de algunos jóvenes (y mayores) ¿cómo se atreven a engañar a las futuras generaciones enseñándoles que el sadismo y la violencia es una manifestación artística digna de elogio? Freud dijo: «La función del arte en la sociedad es edificar, reconstruirnos cuando estamos en peligro de derrumbe”. Si estamos en contra de la violencia y queremos edificar una sociedad pacífica, respetuosa y justa, ¿dónde encajan los espectáculos sangrientos?
El arte y la cultura son fundamentales para desarrollarnos como seres humanos dignos, con una concienca educada que nos avisa cuando afloran los instintos más bajos y violentos. Pero ¿“por qué algunos escuchan su conciencia y otros la maldicen por incómoda”? se preguntaba Benedetti. O ¿será que algunos miembros del Gobierno español no tienen conciencia?