El hombre se construye a sí mismo, a partir de una historia heredada y una moral en continuo cambio, que ha pasado de ser una norma de vida, a una realidad autónoma, con poco o ninguna influencia sobre el individuo.
Hoy se quiere vivir el presente a toda costa, por encima incluso de los propios compromisos y fidelidad necesaria para ser auténtico con uno mismo y con el mundo circundante. El ser un veleta forma parte del inconsciente colectivo. Se es tan voluble a como superficial demanda la vida.
Las decisiones a largo plazo, y las opciones de por vida, son ya cosas del pasado. Se busca gozar el momento presente, como si la existencia fuera a terminar en ese mismo instante. El espíritu de sacrificio y el esfuerzo personal por conquistar metas y mantenerse en las grandes decisiones vitales, es algo que forma ya parte del pasado.
La modernidad está vomitando un ser humano para quien la amistad ya no es un valor en sí mismo. Más vale tener muchos colegas, que hermanos fieles con los que poder compartir los secretos y la intimidad que cada cual esconde en el hondón de su alma. Las relaciones son triviales y superficiales. A los amigos, o conocidos se les utiliza para conseguir los propios fines, y en todo caso, se establecen lazos esporádicos dirigidos a matar el tiempo, o con quienes salir a pasarlo bien, que en definitiva es de lo que se trata.
El hedonismo pasa por encima de cualquier tipo de compromiso que implique renuncias personales. El hombre moderno está tan ocupado y preocupado por se estética, su imagen y belleza, que no le importa invertir en dinero y en tiempo en ir al gimnasio, o en productos adelgazantes. Todo para después enfundarse un traje de marca que realce lo más posible una imagen que tanto esfuerzo le ha costado conseguir.
Son personas de teoría, con títulos universitarios, pero auténticos analfabetos funcionales que no saben de la vida ni lo más mínimo como para desenvolverse como seres autónomos.
La religión es un sentimiento, pero no se está dispuesto a inscribirse en ninguna tradición religiosa concreta, porque eso anularía su independencia y libertad, que han puesto en la cima de sus propios valores, por encima incluso de la escucha, la caridad o el servicio.
Lo prioritario es satisfacer las propias necesidades más fútiles, siempre que eso no implique un compromiso, ni con la política, ni con la sociedad, ni con la religión. Lo fundamental es tener una economía bien solvente. Lo ideal es la soltería, o estar emparejado, pero sin hijos. Y, cuando el hastío se apodera de la relación, lo mejor es dejarlo, no vaya a ser que el luchar por mantenerse, consiga arruinarle la vida.
Se divierte, pero no disfruta. Se evade, huye de sí mismo, angustiado porque sabe que todo en algún momento termina y surgirá la temible pregunta: ¿y después qué?