Los rojos que les montan una huelga a los rojos, un golpe de Estado que no sigue adelante en Sudamérica, un gobierno socialista que recorta gasto social, unos antisistema que luchan por el status quo, un partido de la oposición que se queda a verlas venir, a dejar que otros se equivoquen, un mundo que gira y gira, pero no va hacia ningún lado, un mundo sin un futuro previsible y un país, España, del que mejor bajarse a tiempo que descarrilar sin fundamento.
Este artículo podría ser cultural, o podría ser económico, o si me apuras, social, puede ser todo lo que se proponga, porque no se deja que lo dome, se ha tomado el libre albedrío al pie de la letra y no quiere saber nada del pobre escritor que teclea palabras sin sentido y que se ha convertido en una simple marioneta en sus manos, o en sus letras.
Todos los paradigmas sociales, literarios y económicos se vienen abajo a cada vuelta de la esquina, detrás de cada edificio a medio derruir, estos son mis principios, y si no te gustan tengo otros, dijo el sabio, hay que seguir la doctrina a rajatabla, dice el necio que no quiere escuchar, porque no hay más necio que el que no quiere aprender, aquél que no persigue sus sueños porque tiene miedo a fracasar.
Y es que el fracaso no es necesariamente un problema, es un acicate para el éxito siguiente, caer para tomar impulso y cruzar los límites establecidos en el cuaderno de la vida, un cuaderno de trazos irregulares que siempre puede ser cambiado al antojo del que escribe, y regresamos, como quien no quiere la cosa, a la esencia del libre albedrío.
Las letras llegan a su fin, sin haber dicho nada, habiéndolo dicho todo, tratando de ajusticiar a los malditos, a aquellos que vendieron su alma al diablo por unas cuantas monedas de níquel, sin valor material, pero de un valor bíblico universal, cruzando límites que algún ignorante fijó.
He dicho, o me han hecho decir.