Este texto de César Vallejo, «Hoy me gusta la vida mucho menos», es una de esas construcciones de significatividad, que nos dejan perplejos ante la profundidad y suspicacia de este hombre, a la hora de definir si es un pesimista, o no lo es. Este es un poema, tan intensamente lírico, que reúne en sí toda una carga emotiva que se diluye entre los dos polos, el gozo y la frustración. Sin embargo, a más lo leo más descubro a un Vallejo que amaba la vida. No me convenzo de que su amor a la vida se hizo un «mucho menos»; sino como el «pero» que le pone a lo frustrativo del «mucho menos», que surje cuando dice: <em> «… pero siempre me gusta vivir: ya lo decía».
Esos dos versos iniciales contraponen el «hoy», que es sólo un segmento del tiempo del «ayer», con una fuente casi infinita de temporalidad, que es, el «siempre». Es como si me dijera: «Siempre me gusta vivir». Y en la última estrofa afirma de modo rotundo:
Me gustará vivir siempre, así fuese de barriga,
porque, como iba diciendo y lo repito,
¡tánta vida y jamás y jamás! ¡Y tántos años,
y siempre, mucho siempre, siempre siempre!
También el poema me sugiere, por la importancia que él da al «casi» y al «tanta / tantos», una medición que no tiene rigurosamente calculado lo cuantitativo; pero, sí consciencia de sus cualidades. El no puede medir el TODO de la vida, sólo una parte, su parte («la parte de mi todo»); admitirlo es humildad ante su finitud. Antes de equivocarse con su medición existencial y convertirse en mentiroso, en lenguaraz, él utiliza la metáfora del disparo. Se da un tiro en la lengua, no en términos del suicida que se dispara dentro de la boca. Ante lo que él exige humildad, no equivocarse mentirosamente, es a la Palabra, / la TONADA que ‘no debe fallar’. La lengua sobre la que Vallejo hablara es espiritual, como la intención del tiro: «Un tiro en la lengua detrás de mi palabra» lo que significa es que se contendrá el desafío de la angustia que mienta la muerte, como el colmo ya pleno de la finitud. Detrás de la palabra implica detrás de
habla del rasero, en ir por lo oculto, no simplemente admitido y aceptado, como en el ‘Das Man’ / Don Nadie.
Pudiéramos extrapolar este poema a otros textos en que invoca lo Eterno, no en términos del Dios personal, con el que se enojara, en términos de esos Divinos Eternos / que heredara de la filosofía de Heidegger, siendo él uno de los primeros latinoamericanos que lo leyó y comentó.
Vallejo, poeta muy reflexivo, como se refleja en imágenes y fotografías, desde El Pensador de Rodin a las suyas, casi siempre se palpaba el mentón, descansaba la boca y la barbilla en las manos, porque, en esa actitud, o manierismo, hay un tiempo extra, sosegado, sin prisa, para meditar… Digo que en este poema ha medido el tiempo en términos de «momentos», sucesión lineal de puntos o ciclos, que él compara con los pantalones que requieren tallas distintas según se crece de la niñez a la vejez. Utilizará la referencia de su padre muerto, ya enterrado, y de él que crece, o «se estira».
Con esas metáforas de los «momentáneos pantalones», referencias a los años y semanas que se suceden, unos a otras, aprende que al estirarse / crecer / más que medirse cuantitativamente, se aplicará una medición en base a cualidades y a ojo de buen cubero y de sastre, por decir algo, no en términos de certezas matemáticas.
Una de esas cualidades es la tristeza: «triste estirón que no ha acabado». El entierro de su padre / símbólo del proceso iniciante / del ser «arrojado» a crecer / la «Echada» heideggeriana / es como un punto referencial del crecer / que se extiende / a sí y a otros, sus hermanos (sustantivo con el que puede referirse a quienes él amara, los hermanos del género humano, o los hermanos de sangre, la familia); pero, en conjunto, mientan lo acumulativo de los años contables y datables: <em>«¡Tánta vida y jamás! / ¡Tántos años y siempre mis semanas!»</em> Quizás el marco, sino el heideggeriano que nos remite a estos parámetros de tiempo / duración, en cuanto su intensidad, es bergsoniano. El filósofo vitalista y espiritualista francés, Henri Louis Bergson precisó unas diferencias entre la duración: «No solamente el hombre se percibe a sí mismo como duración, ‘durée réelle, idea fundamental que desarrolla en «Ensayo sobre los
datos inmediatos de la conciencia» y en «Materia y memoria» (1896), sino que también la realidad entera es duración y élan vital». La idea bergsoniana es que la «duración real» supone la base de las nociones de intensidad que los psicólogos quieren cuantificar, mas se puede cuantificar un estímulo, pero no una sensación.
Aunque con su consciencia de un tiempo, medible con cortedades, el hablante de Vallejo parece agradecido con estar «en fin, [CON] mi sér parado y en chaleco». Este chaleco es importante en el poema. Al chaleco, como vestido para la estructura del organismo, siempre le faltan mangas. Siempre hay que ocultar su falta de mangas con un gabán para estar plenamente vestido.
El chaleco es un símbolo de carencia, de no plenitud. Por eso, en la medida que se vive, que la vida como ciclo no se ha completado, él puede dialogar con el chaleco, esto, es desde la escasez, sincerándose y preguntar por el gabán o unas mangas: «Dije chaleco, dije todo, parte, ansia, dice casi, por no llorar».
El chaleco se vuelve otra encarnación de la contención, el CASI… El aprendió a que la vida temporal, esa que nos lleva la tumba (de ahí la referencia a su padre enterrado) se mide en términos de Pantalones, Chaleco, Vestidos, PIEZAS o partes, aún las menos visibles como las Ansias, o los Lloros, o los chalecos que sirven de coraza por consciencia de vulnerabilidad (chalecos anti-balas, anti-misiles, como diría la pota Fanny Jaretón), pero, hay que obtener más utensilios y, en cierto modo, hábitos y cualidades. Su CASI / adverbio de cantidad / sirve a una medición existencial con el utensilio consolador que es el «PERO», esa conjunción gramatical que se vuelve metáfora, con el mismo significado, condicionado del CASI, pero con menos fuerza que el SIEMPRE / SIEMPRE / SIEMPRE:
Me gusta la vida enormemente
pero, desde luego,
con mi muerte querida y mi café
y viendo los castaños frondosos de París
La vida es un SIEMPRE adverbial pero dividida en MOMENTOS, que son CASI y TANTOS, que al ser sumados hacen lo ENORME [«Me gusta la vida enormemente»]. Le gusta la vida que se observa (la que es un «ojo»), vida que se medita (que es la «frente») y la vida que canta que es la TONADA. Es decir, para bien apreciarla, JAMAS debe fallar el canto que la exalta, la TONADA. Esta tonada es por lo que hay cuidar, pese a las enfermedades y miserias («sufrí en aquel hospital que queda al lado») cómo decimos la vida, cómo la medimos o cantamos. Aquí se nos devuelve, como lectores, al misterio de estas dos líneas del poema, que parecen centrales:
Casi toqué la parte de mi todo y me contuve
con un tiro en la lengua detrás de mi palabra
Lo que él cree que es el gozo enorme de la vida habita, en el sentido heideggeriano, con la palabra y más concretamente, «detrás de la palabra». No es meramente cosa de posicionamiento de la lengua, para la TONADA, como sería una sonoridad o moralina. Ni es sólo un ver meramente visual, sino evocativo. Tampoco es la «frente» en cuanto a conceptualizaciones. Los sentidos de ver / oir / la función del pensar, su mención de la «frente», son una kucha entre el Bien y el Mal, sentir lo de abajo y lo de arriba.
Hay que contenerse cuando la Vida es UN SIEMPRE, con TANTOS AñOS, que crecen de abajo a ARRIBA. ¿Que hay un toque de relativismo moral en Vallejo? Sí. El lo dice: «Está bien y está mal haber mirado / de abajo para arriba mi organismo». Lo más triste de la vida es el extremo del JAMAS, con que refiere la NEGACION, o lo negativo de las apariencias, el dolor y la miseria. Estas configuran el jamás, o el nunca en favor de la Plenitud y la SATISFACCION a las necesidades.
No obstante, el texto en general es uno de fe. Hay que amar la vida enormemente.
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César Vallejo (Perú)
Hoy me gusta la vida mucho menos </strong>
Hoy me gusta la vida mucho menos,
pero siempre me gusta vivir: ya lo decía.
Casi toqué la parte de mi todo y me contuve
con un tiro en la lengua detrás de mi palabra.
Hoy me palpo el mentón en retirada
y en estos momentáneos pantalones yo me digo:
¡Tánta vida y jamás!
¡Tántos años y siempre mis semanas!…
Mis padres enterrados con su piedra
y su triste estirón que no ha acabado;
de cuerpo entero hermanos, mis hermanos,
y, en fin, mi sér parado y en chaleco.
Me gusta la vida enormemente
pero, desde luego,
con mi muerte querida y mi café
y viendo los castaños frondosos de París
y diciendo:
Es un ojo éste; una frente ésta, aquélla… Y repitiendo:
¡Tánta vida y jamás me falla la tonada!
¡Tántos años y siempre, siempre, siempre!
Dije chaleco, dije
todo, parte, ansia, dice casi, por no llorar.
Que es verdad que sufrí en aquel hospital que queda al lado
y que está bien y está mal haber mirado
de abajo para arriba mi organismo.
Me gustará vivir siempre, así fuese de barriga,
porque, como iba diciendo y lo repito,
¡tánta vida y jamás y jamás! ¡Y tántos años,
y siempre, mucho siempre, siempre siempre!
De «Poemas humanos» (1938)