El paraíso de los gatos y otros cuentos gatunos. Á‰mile Zola, Mark Twain, Rudyard Kipling, Saki. NÁ¸rdica Libros.
«Debo decirle que, alargando el cuello, había visto desde la ventana el tejado de enfrente. Cuatro gatos se peleaban allí aquel día, con la piel erizada y la cola en alto, rodando sobre la azulada pizarra, calentándose al sol y lanzando juramentos de alegría. Nunca había contemplado un espectáculo tan extraordinario. Entonces me convencí de que la verdadera felicidad se hallaba en aquel tejado, detrás de la ventana que cerraban con tanto cuidado».
El paraíso de los gatos. Á‰mile Zola.
Páginas 12-14.
«Y siempre hablaba de la singular inteligencia de ese gato, como si en el fondo de su corazón creyera que aquel animal tenía algo de humano (o incluso algo de sobrenatural). […] Era un macho grande y gris, y tenía más seso y sentido común que cualquier hombre de este campamento, y tanta dignidad que no hubiera permitido que el gobernador de California se tomara confianzas con él».
El gato de Dick Baker. Mark Twain.
Página 29.
«Luego el Hombre se fue a dormir frente al fuego, más feliz que nunca, pero la Mujer se sentó a cepillarse el pelo. Cogió un hueso de cordero -la grande y gruesa paletilla- y contempló las asombrosas marcas que en él había, y entonces arrojó más leña al fuego e hizo un conjuro, el primer conjuro cantado del mundo».
El gato que andaba solo. Rudyard Kipling.
Página 48.
«Un arcángel que proclamara extasiado el fin del milenio, para descubrir acto seguido que aquello coincidía imperdonablemente con las regatas de Henley y, por lo tanto, debía posponerse indefinidamente, no se habría sentido más abatido que Cornelius Appin ante la acogida dispensada a su prodigioso logro».
Tobermory. Saki.
Página 97.
El gato es animal de leyendas. Un mitológico ser de aromas egipcios y divinos, y una fuente de inspiración constante para la Literatura. Qué duda cabe que decir «gato» en el mundo del relato y pensar en Edgar Alan Poe suele ser todo uno, pero otros grandes han aportado su especial visión con narraciones de extraordinaria calidad. Aquí se recogen cuatro de ellas. Y cada uno de los autores da una vuelta de tuerca diferente al tema que los agrupa. Zola utiliza el relato como un símbolo del ansia de libertad de quien no sabe lo que es. El anhelo bohemio no es para aquellos que han vivido siempre entre algodones. La vida y sus riesgos son bellos… Pero sólo para ser contemplados a través de cristales, en el calor del hogar. La libertad es el premio, pero es necesario experimentarla para saber el precio. Los gatos de angora no nacieron para ella.
Mark Twain, en cambio, sitúa la acción entre mineros sencillos, con un gato de mucho instinto (ese sexto sentido que se les atribuye a los felinos). De alguna forma, y tras sobrevivir a una carga explosiva se habla también de esas siete vidas del dicho. Y todo con una ironía leve, como una capa apenas que no consigue empapar la bondad intrínseca de las narraciones del autor.
«El gato que andaba solo», en cambio, es más complejo pues intenta explicar simbólicamente el origen de la naturaleza del gato y de su relación con el Hombre y la Mujer en cuanto géneros diferenciados. El mito explica el paso del animal que camina sobre dos extremidades al Ser Humano, su conciencia del Hogar, la Belleza, y su dominio sobre las otras criaturas de la creación. Es aquí la Mujer quien doma al caballo y al perro, a través de conjuros que la enlazan con esa «encantadora» o «bruja» con otro sexto sentido, ese otro símbolo de la Literatura. Pero ah, el gato es aún más listo y consigue mantener su libertad incluso «domesticado». Libertad que, por supuesto, como comentábamos antes, tiene un precio…
Tobermory es, desde su título, una obra que huele a «wit» a ese «ingenio» decimonónico inglés de tantas obras de Wilde como «La importancia de llamarse Ernesto» o inspiradas en su estela como «El clavel verde» de Robert Hichens. En este cuento un personaje demuestra a un grupo reunido para pasar un buen fin de semana que ha sido capaz de enseñar a hablar a un gato. No a repetir sonidos, sino a razonar y mantener una conversación. Lo malo es que el gato ha sido testigo de no pocas escenas comprometidas de todos los allí reunidos, que ignoraban su don. Con arrogancia gatuna va poniendo a cada personaje en su sitio… Y el hallazgo del doctor lingÁ¼ista ya no parece tan encomiable pues los ha puesto al descubierto a todos, bien en sus pecados o pecadillos, bien en sus deseos oscuros.
Los textos se acompañan de ilustraciones contemporáneas, lo que otorga al volumen de un doble valor artístico que provoca nuestros sentidos de manera múltiple. La edición ha querido dar la individualidad que cada uno de los autores tienen al contar con cuatro dibujantes, uno por relato. El conjunto, obviamente, se ha enriquecido con sus percepciones diferentes y su mundo. Ana Juan, Elena Ferrándiz, Adolfo Serra, Javier Olivares ponen sus herramientas al servicio de los cuentos.
Una gran idea, una edición cuidada y unos textos magníficos, breves, impecables, singulares, que harán las delicias de los amantes de los gatos y de aquellos que no lo son.