Parque Cultural de San Juan de la Peña, el origen de un reyno
He tenido que rebuscar en mi memoria para comprobar que dentro de los paseos por Aragón no había escrito ningún artículo que hablara de este lugar mágico.
No puedo recordar cuántas veces hemos visitado el parque, y no debe extrañar la devoción por él, puesto que unos minutos de coche separan mi residencia de San Juan de la Peña.
Este día de abril, pasados los estertores del invierno que se resistía a morir, la primavera avanza inexorable sobre los perfiles boscosos y ya de buena mañana, las mesas de la campa de la pradera de San Indalecio están llenas de «almorzadores».
El sol hace brillar la fachada barroca del Monasterio Nuevo pero es a la Naturaleza a quien hemos venido a visitar, de manera que tomamos la senda a su derecha debajo de los centenarios castaños de indias que nos llevará al Mirador de los Pirineos, con la mesa de mármol que señala con su nombre a las lejanas cumbres nevadas. Los acebos reverdecen, igual que los chinebros o jinebros y el erizón que tapiza con ritmo de invasión; aparecen las primeras flores, hace unos días la nieve cubría la hierba, todo está húmedo, cargado de vida, a la espera de la explosión definitiva.
Los marzuelos se esconden, no somos capaces de encontrarlos, quizá unos días más de sol activador para que asomen sus sombreros oscuros; tampoco las morchellas se dejan sorprender. Visto el fracaso visitamos de nuevo el monasterio viejo para tomar unas fotos y otra vez la Historia de nuestro viejo reyno acude a nuestro encuentro. Si hay algún lugar paradigmático en Aragón éste es el principal. En estos riscos se fraguó el origen, con la mezcla de la historia y la leyenda, en el siglo VIII y la planta del viejo monasterio que sobrevivió a los incendios nos muestra el mejor prerrománico o mozárabe del X para llegar al extraordinario claustro del XI y XII. El Panteón Real acoge las tumbas de muchos de nuestros reyes y el Santo Grial se guardó tras sus muros por un tiempo. Siempre, la sorpresa al acecho.
Volvemos a ascender al Monasterio Nuevo, del XVII, en el que se encuentra la moderna hospedería del gobierno aragonés, en cuyo remozado claustro se encuentra el espacio expositivo donde se celebran exposiciones temporales de arte. En esta ocasión, se exponen trabajos del Taller Textil de Triste de nuestros vecinos Pepe y Marie Noell, que dieron lugar a un reportaje detallado en este diario.
El sol está alto cuando descendemos por la sinuosa carretera con la
presencia imponente de Peña Oroel como referencia, dejaremos atrás Bernués y mas tarde los desvíos a Osia, la patria de mi compadre Dionisio, o Ena y Centenero. El río Gállego, a su paso por Anzánigo, lleva el caudal con rastros de neveros. En el Pantano sopla el cierzo encajonado por la Chuata.
Para los amantes del Arte altomedieval, recomiendo la visita a esta web de los Amigos del Románico que ilustra sobremanera las características del Real Monasterio.