“FUI A COMPRARME UN ABRAZO en las rebajas, pero no tenían mi talla”.
Rebajas. Página 19.
“La comunicación en avión es otra historia. El tiempo pasa volando y la gente es recelosa de su espacio, egoísta, quizá porque en la inseguridad del aire se activan mecanismos de supervivencia. En cambio, en el tren se respiran mejores intenciones, ganas de conversar e incluso de estar de acuerdo. El tren te hace parecer más persona”.
Cuatro horas al cubo. Página 22.
“(Muchas felicidades ocurren de forma retroactiva, las más feroces se mantienen ardiendo desde el pasado como brasas a las que acudiremos durante la vida a calentarnos)”.
Mi primera muerte. Página 25.
“Sentado en un parquecito, frente a mi edificio, tomando cerveza, solía observar las ventanas de los apartamentos, y en su interior la luz macerándose. La de su apartamento era diferente; una luz trémula, como lista para precipitarse al vacío. Era la luz de una vela”.
La nota larga. Página 75.
Se puede decir que El perro que comía silencio demuestra que si, según se ha dicho muchas veces la originalidad ya no es posible, al menos sí lo es la audacia, la imaginación y la buena literatura El libro, conjunto de composiciones breves, está dividió en tres partes.
I. Mi primera muerte, conjunto de relatos breves de diversos temas, y con protagonistas muy dispares;
II. La música y el resto, donde la autora alcanza sus notas más altas, demostrando un registro amplísimo que incluye el animismo (da voz a protagonistas tan dispares como un chelo o una plata).
III. Huesos, que me recuerdan, en su brevedad y toque de genialidad creadora, a las Greguerías de Gómez de la Serna. “Crecemos para que nos quepa más música dentro”. (Página 121), dice la autora mostrando, una vez más, que el auténtico leit motiv del libro podrían ser las claves del sol, las corcheas y las semicorcheas.
En general la obra nos revela una autora inteligente, con corazón maleable, casi líquido, capaz de adoptar las formas de un hombre, una planta criada con música de Bach o un chelo, y de hacerlo con verosimilitud. Tras la brevedad de sus relatos encontramos ese hueso que da título a la tercera parte de la obra, que, más que hueso, es ya pura médula: es la esencia, el mínimo imprescindible para que la narración contenga el carácter del personaje tanto como su historia. Con la multiplicidad de personalidades podría creerse que Isabel Mellado fallaría a la hora de encontrar un estilo propio, y sin embargo es sorprendentemente lo contrario: su agudeza, su humor ácido, a veces corrosivo, su preocupación por lo esencial, y su capacidad para transmitir emociones a través de hechos más que de adjetivos, identifican su escritura haciéndola singular, haciéndola tener su propia voz entre todas las voces.
Y es en esa segunda parte de la obra, donde los cuentos versan sobre la música y su mundo, donde definitivamente se crece como una soprano en su aria de amor y tragedia, llegando a una octava más. Valgan unos ejemplos como perlas:
“Arremetía contra las cuerdas con tal fuerza que parecía un milagro que no las descuajara. Les arrancaba acordes como bofetadas secas”.
La nota larga. Página 75.
“Soy madera musical, un chelo. Un tejido de notas brota de mí y se esparce en el aire perforándolo. La luz respira, con nosotros en síncopas. Hogueras de acordes arden fugaces […]”.
El chelo. Página 83.
“Y de pronto Bach. Cantilenas serpientes de amor, cascadas de notas sin huesos. Tupido dolor, tupida dicha y ni el más leve espacio atómico de Nadas entremedio. La densidad magna”.
El chelo. Página 84.
La libertad de la autora parece total, el cuidado para con el resultado final, pulido y brillante muy notable, su trabajo limpio, ajeno a toda la paja y la parafernalia de los best sellers más al uso sin persecuciones interminables, misterios de templarios o romances embotellados. Isabel Mellado estimula la inteligencia del lector, animándole a descubrir expresiones bellas y precisas, arte del lenguaje, historias que lo hacen pensar en otros y en sus formas de vivir y sentir. Todo ello sin que, como en El perro que comía silencio o El arte de la fuga, por favor, le falte ese sentido del humor que mencionábamos antes, de una capacidad corrosiva colosal, capaz de limpiar paredes enteras de suciedades y vulgaridades poniendo el puño entero en la llaga
“Por la mañana Gemita me martiriza obligándome a oír seis veces una canción que dice <<Se nos gastó el amor de tanto usarlo>>. ¿Por qué la tragedia puede ser tan ridícula?”.
El arte de la fuga, por favor. Página 93.
En definitiva un magnífico debut literario que solo puede encontrar una pega y es que el talento de la autora despierta envidia y ojeriza. Estamos ya a la espera de su siguiente libro, deseosos de saber hacia dónde desarrollará su arte esta novel con –parece- mucho que decir entre sus breves y deliciosas líneas.