El poeta asesinado. Guillaume Apollinaire. Barataria.
«-Pero -decía- las revoluciones y lo demagogos han hecho tanto, que la heráldica ya sólo la estudian los arqueólogos plebeyos, mientras que los nobles no son adoctrinados en este arte«.
Página 23.
«Y la alegría de la madre ejerció una maravillosa influencia sobre el carácter de su retoño, que desde antes de nacer ya había adquirido el verdadero sentido común; para entendernos, el de los grandes poetas«.
Página 33.
«Luego un comienzo de aurora inflamó el cielo por la parte de Italia. Frente a él se extendía un mar todavía triste, y en el horizonte, como una nubecilla a ras de mar, se combaban las cumbres de Córcega, que al salir el sol desaparecen«.
Página 43.
«El teatro, mis amados hermanos, es una escuela de escándalo, un lugar de perdición para las almas y los cuerpos. En el teatro, son testigos los tramoyistas, todo está trucado. Brujas más viejas que Morgana logran hacerse pasar por adolescentes de quince años!”
Página 72.
¡Cómo reseñar a Apollinaire! Hace falta mucha osadía, o mucha ignorancia. Digamos que peco más de lo segundo que puedo presumir de lo primero, pero al caso igual da. Se trata de un privilegio, un lujo que está a mano menos veces de las que debería. Hay una violencia innata en este maestro francés, una denuncia terrible, un sarcasmo sangrante, un ataque permanente, a través del humor en El poeta asesinado, pero de un humor a veces tan corrosivo que resulta doloroso, poco humorístico:
«Después de ganar un montón de dinero al bacará cuando ya era rica gracias al amor, Macarée, a la que no se le notaba nada la preñez, llegó a París, y lo primero que hizo fue ir corriendo a los modistos estilosos.
¡Qué chic era; qué chic!»
Página 21.
«El día que se fueron, Mia vendió su virginidad a un millonario, campeón de tiro al pichón. Era la trigésima quinta vez que se prestaba a esa pequeña operación comercial«.
Página 49.
Su batalla es contra lo establecido. Su palabra dinamita. Un solo párrafo de Apollinaire hace más por levantar en mí el ánimo contra la realidad material y comercial de nuestro tiempo (que adoro como buen capitalista criado en las garras del Imperio) que todas las manifestaciones y acampadas de los últimos quince meses. Su escándalo es continuo, y tomado como lo más natural del mundo: prostitutas que paren al mayor de los poetas, falsos nobles arruinados que viven de las mujeres, mujeres que quieren parecer sobrinos de sus amantes… Aunque quizá me resulta más fácil comulgar con su credo (por llamarlo de alguna forma) porque me parece percibir que ataca al cientifismo, a la obsesión por la ciencia y lo demostrable, más que al mercadeo o a la materialidad en sí misma. Lo que Apollinaire ataca bombardeando sus cimientos es tanto la moralidad establecida como la pérdida del misterio (y la belleza metafórica) en la sociedad en la que vivía. Tendría que haber visto la nuestra y creo que habría incendiado el papel. Esto es lo que hace en su obra, las palabras arden frente a nuestros ojos. Se burla de todo y de todo hace escarnio.
El convento de su novela es un palacio de riqueza y placeres, no en el sentido en el que criticarían la vida de los conventos tantos progresistas y ateos del siglo XIX y principios del XX, o incluso antes, por poner un ejemplo. Se trata de un lugar donde el lujo está en todos los materiales, brillantes, caros, exuberantes. De un rincón donde están benditos los «pecados» placenteros, pues es un centro de artistas, una reunión de seres excepcionales.
«En aquel momento el padre Karel entró en la habitación mientras una campana repicaba sin parar.
-Qué, hijo mío, ¿oyendo los rumores de nuestro hermoso jardín? Ese paraíso terrenal está lleno de recuerdos. Tycho Brahé le hizo ahí el amor antaño a una linda judía que no paraba de llamarle chazer, lo que en jerga significa marrano. Yo mismo he visto en nuestro jardín a cierto archiduque amorrarse a un mozo muy lindo que tenía el culo en forma de corazón. Venga, a cenar, a cenar«.
Página 120.
¿Qué critica aquí nuestro gran Apollinaire? Por el desenlace del libro, -a lo largo del resto de sus páginas no falta la impresión de que quiera ridiculizar al poeta, su ascendencia, sus pretensiones y sus obsesiones- hace una feroz descripción de los asesinos del escritor. Llevados por una oleada de materialismo antipoético deciden aniquilar a los hombres que se dedican a la rima y a la metáfora. El gran poeta es asesinado brutalmente, cubierto de cuchillos, linchado por la multitud. Y el gran pintor –Picasso, según las notas de la edición- que presume de ser un gran escultor le dedica una obra hecha de nada.
“De hecho, le voy a esculpir una profunda estatua de nada, como la poesía y como la gloria”.
Ante este remate brutal, o sobran o me faltan las palabras.