El problema es que nunca hay señales que anuncien lo inesperado.
Todo puede cambiar en un segundo y sin embargo al segundo anterior tener el aspecto de siempre, los mismos ruidos familiares, esa continuidad de lo conocido que nos protege de los presagios, ya sean halagÁ¼eños o terribles, porque puede ir hacia un lado u otro el cambio, la dirección que de pronto toma todo.
Supongo que por eso nunca estamos preparados para los comienzos, no hay academias que enseñen a distinguir los pistoletazos de salida de los simples ruidos que hacen nuestros cuerpos al chocar unos con otros buscando un buen lugar en la pista; tampoco hay un centro geográfico que nos oriente o una cinta que cortar con tijeras de oro para inaugurar ese tiempo desconocido que asoma la cabeza.
¿Cuándo empiezan las cosas a pasar? ¿Desde cuándo se puede decir que está pasando lo que está pasando o cuánto hay que remontarse para entender las causas que desencadenaron tales hechos? Nuestra incapacidad para hacerlo nos empuja a decir «hoy, viernes» o «el otro día conocí a alguien»; sin embargo son datos incompletos, simple ansia de hacer una muesca en el tiempo de nuestra vida que atestigÁ¼e que fue así, que pasaron cosas, que hubo acontecimientos que se salieron de lo común y originaron nuevas vueltas, otras complicaciones que añadir a las ya sabidas.
El problema es que tampoco hay espectadores, todos esos que nuestra vanidad intuye sentados en supuestas gradas, atónitos ante nuestra dichosa singularidad que nunca alcanzamos o ante los simples resbalones que vamos dando, con los ojos bien abiertos o tomando notas para una dudosa posteridad que nunca será tal. Y todo esto nos da miedo, no un miedo convencional que se pueda sentir ante una tormenta que no cesa o al estar en medio de una pesadilla; es un miedo desconocido que traspasa la raíz de los nervios y nos paraliza.
Es el miedo a que todo acabe y nada haya supuesto, que un viento venga y nos vacíe las manos y nos quite los tesoros que trajimos hasta ese preciso momento, el miedo a que un día nada recordemos ni nada sea recordado de lo que nos acompañó, que no haya un «yo un día viví y fue así, tal y como aparece en esta página o en esta fotografía, ¿lo ves? ¿ves cómo fue? Sí, fue así.»