La vida pasa, se escapa entre las yemas de los dedos y nadie sabe hacia donde se dirige, que destino la espera, que futuro confía en alcanzar, no nos queda otra que dejarla pasar y sentirnos afortunados mientras la tenemos.
Porque un día se pierde, la vida, y se añora, la vida, y no sabemos como la perdimos, en que la malgastamos, porque la vida es preciosa y exige ser tratada como se merece sin miramientos, sin guardar para el mañana.
El mañana puede que llegue y puede que no, el hoy lo tenemos, el ayer ya lo perdimos y el mañana puede que lo tengamos, pero no podemos apostar todo al mañana hay que jugárnoslo todo hoy, todo a la ruleta de la fortuna del hoy.
Hay que disfrutar lo que se tiene y añorar lo que se desea pero no se tiene desde la aceptación de lo propio y el respeto de lo ajeno, pero no lo material, que va y viene, sino lo real, lo auténtico, lo que juega con el alma de las personas, el alma mortal, porque el inmortal no existe.
Por mucho que nos cuenten milongas desde los estamentos religiosos, todo muere cuando la vida se va, el cuerpo y el alma, unidas en vida, unidas en muerte, hermanadas en procesión sin rumbo fijo, que siempre es el mejor de los rumbos.