Con la expresión “Techo de Cristal” se define una dificultad, difícil de traspasar, en la carrera laboral de las mujeres que les impide seguir avanzando. Denominado de cristal por su carácter de invisibilidad, ya que no viene regulado por las leyes ni otro tipo de acuerdo social visible, que imponga a las mujeres tal limitación.
La población española se sitúa en torno a los cuarenta y cinco millones de habitantes de los cuales las mujeres suponen algo más de la mitad, sin embargo la tasa de ocupación femenina se sitúa en torno al cuarenta por ciento, y muy localizada en algunas ocupaciones y actividades económicas. El número de trabajadoras por cuenta propia se sitúa en torno al treinta por ciento, y son empleadoras, con personas a su cargo, en un veinticinco por ciento de los casos. A pesar de que las mujeres suponen, algo más de la mitad de la población, si nos centramos en su presencia en los puestos de toma de decisiones, todavía bajan algo más los porcentajes.
Según cifras de un estudio de la OIT (“Breaking the glass ceiling: Women in management”) presentado en mayo de 2001 se observó: que las mujeres sólo desempeñan del 1 al 3 por ciento de los máximos puestos ejecutivos en las mayores empresas del mundo; que, aunque las mujeres representan casi el 40 por ciento de los miembros de las organizaciones sindicales, sólo son mujeres el 1 por ciento de los dirigentes de los sindicatos.
En el estudio “La personalidad del trabajador contemporáneo”, 2008, realizado por el Grupo Actual y Randstad, en colaboración con la Facultad de Psicología de la Universidad de Oviedo, se concluye que hombres y mujeres se muestran diferentes en su forma de trabajar, y así, mientras las mujeres son más detallistas, responsables y se acercan más a sus superiores que sus compañeros masculinos, los hombres se muestran más interesados en alcanzar puestos directivos o en destacar en el ámbito laboral.
A pesar de los planes de igualdad, y de las medidas en torno a la paridad entre hombres y mujeres, parece que todo cambia demasiado poco a poco, lo que nos lleva a pensar que el “techo de cristal”, o “suelo pegajoso” (como lo llaman otros), se encuentra a menudo más afianzado en nuestra manera de pensar de lo que creemos, es decir formando parte del sistema de nuestras abigarradas creencias, desde las que nos relacionamos, más incluso que de esa suerte de fuerzas restrictivas, externas a nosotros, que a menudo vemos.
Las fuerzas restrictivas externas son variadas: estructura jerárquica de la mayoría de las empresas en la que los puestos de toma de decisiones están ocupados por hombres, la doble carga del trabajo en casa o ciertos estereotipos, pero sin duda, el obstáculo que más incide en que exista un “techo de cristal”, no es externa, es el que corresponde a las creencias irracionales, entendidas como juicios o axiomas, sobre cuya base actuamos. En este sentido, afirma Mabel Burín, Doctora en Psicología Clínica y directora del Programa de Estudios de Género de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales, de Buenos Aires, Argentina, que “parte del “techo de cristal” como límite, se gesta en los primeros años de la infancia y adquiere una dimensión más relevante partir de la pubertad”, en la que se instituye un modo de pensar, tanto en hombres como en mujeres, limitador y limitante. Aquí juega un importante papel tanto la educación, como la reeducación
Chinchilla, Poelmans y León, en su Documento de investigación: “Directivas en la empresa: criterios de decisión y valores femeninos en la empresa” (2005), afirman que «en un puesto directivo, la mujer suele confiar más en la cooperación que en la competencia. Asimismo, a la mujer le gusta fomentar el trabajo en equipo entre sus compañeros y compañeras de trabajo. A diferencia de muchos hombres, las mujeres no ven la participación y la delegación como una amenaza a su autoridad, sino como una parte integral de su papel directivo».
Es muy probable que el liderazgo de la mujer pueda contribuir a instaurar una concepción de la empresa más humanista, basada en las capacidades emocionales, y más coherente con estos tiempos. Pero para conseguirlo, no basta la acción legal. Es necesario acabar con los estereotipos y modificar nuestro sistema de creencias, para que empiecen a aparecer las primeras grietas en el techo de cristal.