El temblor del héroe. Álvaro Pombo.
«Se siente deslumbrado por este personaje inane que ha llegado a ser. Como si se asomara a un pozo y viese treinta metros más abajo, oyese, el eco de su imagen emborronado por el agua friísima y caliza».
Página 13.
«El verdadero miedo, la angustia, nunca se da toda a la vez. El terror de fondo es secreto. Es por partes. Tras la jubilación se adentra uno en lo invisible. El desamor de los demás. El desamor creciente hacia uno mismo. El tedio».
Página 38.
«Si nos constara que se nos ama sin reservas, con la ingenuidad con que según dicen aman las madres o los niños, si nos constara que somos amados de ese modo (Elena tiene un día repetitivo y obsesivo, por suerte sus duras horas de hospital no le dejarán mucho tiempo para sí misma), el sentimiento de culpa sería tan intenso que no podría soportarlo nadie, yo no podría soportarlo».
Páginas 56 y 57.
“La vejez posiblemente sea, sobre todo, esto: la imposibilidad de acercarse a nada, de estar cerca de nadie, de acariciar a nadie real”.
Página 95.
“Que lo esencial de nuestra vida tenga, por cualquier razón, que permanecer en secreto y suceder a espaldas del mundo ordinario es un hecho capaz por sí solo de modificar toda una vida”.
Página 125.
Lo primero que me gustaría destacar es que me ha sorprendido que esta novela se hiciera con el premio Nadal y no, obviamente, por su innegable calidad sino por su dureza y, sobre todo, porque no es una historia fácil de leer (de asumir). Diría que es una obra poco comercial y absolutamente exquisita. Dos grandes cosas.
El peso de la reflexión y la filosofía en la obra, así como su forma de mezclarse con los acontecimientos y los diálogos, el propio ritmo narrativo son de una genialidad y originalidad sobresalientes. No estamos ante una forma de escribir al uso, de un argumento previsible, aunque pueda parecerlo por la lamentable actualidad del tema más llamativo de la obra. El tiempo se acorta y se alarga, pasa de forma rápida o lenta y se nos hace notar con breves pero magistrales anotaciones. Estos saltos responden de forma escalofriantemente exacta a lo que sucede en la vida con nuestra apreciación subjetiva del avance de las manecillas del reloj y la importancia de los acontecimientos de los que formamos parte.
¿Quién es el protagonista de esta novela? Responder a eso, en mi opinión, es más complejo de lo que parece, por mucho que uno de los personajes ocupe un porcentaje mayor que el resto y sea el nexo de unión entre todos los demás. Quizá la protagonista es la superficialidad con que evaluamos el dolor y la maldad humanos. De ahí que el final no me haya impactado tanto por los hechos en sí que tienen lugar, sino por la “cobardía” con la que todos los personajes asumen la situación y evitan involucrarse, decir la verdad, tomar conciencia social contra la utilización sin escrúpulos de un adolescente que continúa ya siéndolo siempre, atado a su victimario, niño pequeño ya condenado a no madurar en tanto no se le libere del terrible daño que ha recibido.
Me parece observar una confrontación: personaje mayor que ha sido faro de alumnos, y que se jubila y cae en la decadencia de la soledad; y personaje adulto (ya cerca de la treintena) cuyo crecimiento ha quedado detenido por un abuso sexual cuando tenía trece años. El lazo con la persona que abusó de él (antiguo profesor también) se mantiene vivo y acaba implicando a todos los personajes en una sórdida historia de depravación moral (y poco física en los momentos que analiza la novela, aunque también).
También se nos plantea aquí la superficialidad del patinador, la ligera y vana forma de deslizarse por la vida de tanta gente en la actualidad occidental. Así es más fácil cometer delitos, hacer daño a los demás. No hay posibilidad de redención (en el sentido incluso psicológico del término) sin auténtico arrepentimiento (Crimen y castigo); ni hay auténtico arrepentimiento sin un análisis profundo y sincero del comportamiento propio y sus efectos sobre el otro. Si se “patina” sobre el dolor ajeno, ¿qué posibilidad de arrepentimiento cabe? Decir “estoy arrepentido” no equivale a estarlo, y el valor de las palabras queda, una vez más, violado y depauperado.
El libro toca, más de lo que parece, la soledad. La soledad del hombre mayor en una sociedad vertiginosa como la nuestra, pero la soledad del ser humano en general. Todos los personajes, incluidos los traumatólogos, están solos. Sus relaciones no resultan suficientemente reales como para compartirse, como para basarse en la honestidad. Cada vez más islas de un gran océano que no deja de acrecentarse a medida que generamos instrumentos para comunicarnos y acercarnos: los emails, los sms, los inmails, los toques por las redes sociales…
La filosofía alemana tiene un peso en la obra, que no desplaza del todo al amor que el autor siempre ha mostrado por la realidad y la cultura inglesas, y me parece ver un guiño a Macbeth en:
“Todos estos recuerdos librescos, todas estas instantáneas, propulsiones, retracciones, ocurrencias, atraviesan la conciencia de Román ahora como meteoritos que van de un lado a otro de la habitación signifiying nothing”.
Página 184.
Lo cual es curioso porque Macbeth es otro de esos personajes a los que la culpa persigue incesantemente, hasta la locura.
Como curiosidad mencionaré también que el autor llega a citarsea sí mismo y a su quehacer poético a lo largo de las páginas del libro y me recuerda a otros escritores españoles como Luis Antonio de Villena en Madrid ha muerto, que utilizaron este peculiar recurso:
“Recordó un texto de Pombo donde se insiste en eso: <<El laberinto nos confundió de esfuerzo. / Y los años nos confundían más y más cada vez separándonos / de la suasoria hierba y del tacto>>”.
Página 95 y 96.
La novela ofrece varias y ricas lecturas para los lectores avezados y un escaparate de buenas obras y autores a los que acudir en busca de pensamiento profundo, realmente profundo. Una obra compleja, completa, redonda y arriesgada que impacta y enseña, que entristece y asombra.