Las puertas de la cuadrilla se abren y la ovación estalla en la plaza. El nuevo “pirata”, parche en el ojo, y capote en la mano, hinca las rodillas en tierra, desafiante. El choque de los cascos contra el suelo se acentúa. El capote se levanta circundándolo en una “porta gayola” y el toro sucumbe al engaño. Así se enfrentaba José Padilla al primer toro de la tarde en “La Misericordia” un año después de su trágica cogida en dicha plaza el pasado 11 de octubre. El honor por montera, y el riesgo en la muleta.
Las corridas de toros entendidas como arte, nacieron en España con el romanticismo, el período de la pasión. Sin embargo, esta fiesta tradicional en España desde su aparición en el siglo XVI, según el crítico Antonio Díaz Cañabate, está inmersa en su etapa de decadencia más larga desde la posguerra. Con un descenso de corridas de un 20% anualmente desde el 2008, la actual generación de este festejo, considerado por muchos como un arte, y por otros como una actividad de escaso valor, se sitúa en una profunda desconocedora.
La esencia del toreo radica en su propia pasión, que no es sino la constante superación del peligro. La lucha entre el instinto animal y el hombre racional marcada por el riesgo. Si al toreo le quitas el riesgo, no queda nada. Ya en 1978 Antonio Díaz Cañabate decía que el toreo había entrado en una época de decadencia: “La época que hemos vivido estos cuarenta años ha sido de transformación, de mediocridad y decadencia del toreo. Porque a los toros al quitarles el peligro, se les ha quitado la emoción. Toda actividad artística en donde entra la trampa decae necesariamente”.
La pregunta sale de la chiquera junto al toro: ¿Quién tiene la culpa de esta agonía taurina? Según el INE en los últimos 110 años la celebración de las corridas de toros ha tenido un crecimiento proporcional al aumento demográfico del país. En la etapa plateada del toreo en España, los 70, la media de festejos taurinos anuales era de 680, cifra que decayó hasta la mitad en la posterior década, y continuaría en esta recesión hasta los 90 con la aparición de “El Cordobés”, gran figura del arte taurino, culminaría la fiesta con 1010 festejos anuales. Tras su retirada en el 2007 la fiesta volvió a sus andanzas con una media de 600 festejos anuales. Por ello se deduce que el decaimiento de las corridas está en factores intrínsecos al mismo festejo.
El factor más influyente en esta agonía es la economía. El encarecimiento de la fiesta la ha transformado en un negocio rentable que pocos pueden permitirse. De ahí la variación que se ha producido en el público de estos festejos en el último siglo. De aficionados entendidos y partidistas a meros espectadores en busca de entretenimiento. Según Ángel Solís, crítico taurino del Heraldo de Aragón, son muy pocos aficionados que entiendan algo del arte, aunque como decía el torero Luis Miguel Dominguín: “Lo que es entender de toros no entienden ni las vacas”.
En el ruedo hay dos figuras que no pueden eludirse, el toro y el torero. Los grandes toreros movidos por la pasión que arriesgaban su vida en el ruedo parecen haber desaparecido. Hoy, entre los verdaderos aficionados, sólo se habla de José Tomás como gran figura. Ejemplo de ello es que, en Agosto del 2012, hizo que el número de abonados en Ciudad Real pasara de 407 a 1798 colgándose por primera vez el cartel: “no hay billetes”. Cañabate ya afirmaba la pérdida de una identidad propia de cada torero: “En las fotografías de antaño se puede distinguir a los toreros por su forma de torear. En las de hoy no hay forma de averiguar de qué torero se trata”. Miguel Calvo, recortador zaragozano, admite esta corrupción: “Los toreros no arriesgan lo mismo en las corridas, depende de la plaza y del cirujano”.
Tampoco el toro de lidia es el mismo. La dignidad del toro queda en entredicho en la plaza. Ya no hay respeto hacia su figura al no mostrarlo en toda su naturaleza. El uso de técnicas sofisticadas con las que engañar al aficionado y proteger al torero, le han quitado a la fiesta la emoción ridiculizándola. Técnicas que fueron denunciadas en 1960, y que ahora son un elemento más. Una lucha amañada entre toreros y ganaderos con una víctima en el ruedo, y cientos en los tendidos.
Cuando al arte le quitas su pasión, se convierte en un negocio que muere. La pasión es la clave del espectáculo, un traje de luces que ahora, olvidan en el armario.