A diferencia de lo que ocurre en otras cuevas, en la del Águila (Ávila), el desgaste provocado por el turismo es “inapreciable”, a pesar de recibir decenas de miles de visitantes al año. Esta es la principal conclusión de una investigación internacional, liderada por la Universidad de Alcalá (UAH), que ha medido las variaciones térmicas de la cueva.
“A pesar de las decenas de miles de visitantes al año que recibe la Cueva del Águila, las variaciones de temperatura están relacionadas con el clima externo, mientras que el impacto turístico es prácticamente nulo a largo plazo”, explica a SINC David Domínguez Villar, investigador del departamento de Geología de la UAH y autor principal del trabajo que publica la revista Acta Carsologica.
La investigación se ha realizado a partir de los datos recogidos por sensores de temperatura instalados en la cueva desde 2008. Estos aparatos permiten observar las variaciones térmicas de la cueva y son muy sensibles al impacto de los visitantes.
“Tomamos los datos de la cueva cada diez minutos e hicimos un filtrado. La incidencia de la llegada de visitantes se observa de forma inmediata en el ascenso de la temperatura. Por ello, escogimos los niveles máximos y mínimos, y filtramos determinados períodos con y sin visitantes para hacer una diferenciación de la dinámica natural de la cueva y el impacto de los visitantes”, apunta Domínguez.
A pesar del alto número de turistas, el amplio espacio de la cavidad de la cueva determina que la difusión de la señal térmica sea muy rápida y sosegada. “Al contrario de lo que ocurre en otras cuevas como la de Altamira que, al tener forma de galería, la visita de unas pocas personas supone un inmenso impacto”, afirma el experto.
La temperatura media de la cueva fue de 15,6ºC en 2009 y la visita de turistas produjo anomalías térmicas de menos de 0,15ºC, que se recuperaron durante la noche en la mayoría de los casos.
Durante los días con mayor número de visitantes, lo efectos de las anomalías térmicas persistieron “de un día para otro” y causaron un aumento de la temperatura de la cueva durante períodos más largos. Sin embargo, este efecto antropogénico desapareció poco después de que el número de turistas se redujera. En la mayoría de los casos su repercusión fue menor a una semana.
Según los científicos, en el caso de una cueva con pinturas rupestres, la corrosión por condensación es lo que más les afecta. “Las paredes de la Cueva del Águila, aunque no tenga pinturas, también están corroídas, pero este desgaste se debió a efectos naturales. Además, en las estalagmitas que están creciendo actualmente no se ve ninguna corrosión debido a la condensación”, afirma Domínguez.
Estudiar el clima de la región a partir de una cueva
Los investigadores pretenden también estudiar el clima del pasado a partir de las estalagmitas de la cueva. “Queremos observar cómo se está registrando la temperatura del exterior en el interior, y ver las tendencias y cambios en la temperatura dentro de la cavidad”, señala el investigador.
En la actualidad, la cueva registra cierta estacionalidad, pero la difusión térmica a través de la roca es mucho más lenta que por aire. De hecho, según los expertos, la señal térmica del exterior al interior tarda en llegar en torno a siete años.
“Los registros de temperatura de la cueva podrían estar relacionados con el clima de la región y servirán para realizar reconstrucciones térmicas del territorio, independientemente de la influencia de los visitantes”, concluye el investigador.
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Referencia bibliográfica:
David Dominguez-Villar, Ian J. Fairchild, Rosa M. Carrasco, Javier Pedraza, Andy Baker, “The effect of visitors in a touristic cave and the resulting constraints on natural thermal conditions for palaeoclimate studies (eagle cave, central Spain)”. Acta Carsologica 39 (3): 491-502, 2010.
Fuente: SINC