Cultura

El vampiro argentino, de Juan Terranova

Lengua de trapo. 2011.

«Penas de amor, histeria, narcisismo, despechos malsanos, la derrota de la autoestima…, pensó Víctor. Al final, los alemanes eran una raza de románticos incurables».
Página 29.
«Europa distribuía generales, políticos, algo de la tecnología punta que ayudaba a mantener las industrias activas y, sobre todo, jóvenes secretarias y jefes que se habían doctorado con un título en <<Chupa Culos Contable>>».
Página 33.
«También era verdad que la cultura de la muerte y la preservación de la memoria necesitaban de un espacio bucólico. Los nichos industriales de cemento no servía».
Página 303.
Estamos ante una obra mucho más compleja de lo que su formato «policíaco» podría dar a entender inicialmente. El hecho de que la trama se desenvuelva en una especie de futuro hipotético tras una Segunda Guerra Mundial ganada por los nazis, que lo aproxima a argumentos what if propios de los comics, tampoco ayuda a, inicialmente, comprender el grado de calidad literaria de la obra, y exige una mente abierta y sin prejuicios por parte del lector. Pero sin duda el esfuerzo por saltar por encima de esos impedimentos iniciales merece la pena. No sólo por la historia, que consigue enganchar, entretener y pedir implicación del lector, quien debe seguir de cerca muchos pequeños detalles casi nunca sin importancia; sino por el estilo, a veces metafórico, casi poético del autor, que lo aleja de otros libros del estilo en que se encuadra y que se limitan a una consecución de tiros y persecuciones aderezadas con alguna escena de sexo del detective o policía en cuestión.
Aquí se mezclan el origen del término vampiro (muy literario, por cierto), la búsqueda de los albores de la raza aria, pequeñas lecciones de Historia que podría haber ocurrido, críticas a nuestro mundo actual… De hecho en ese mundo gobernado por los nazis, aunque no todo, las prohibiciones y las purezas de la sangre se han relajado mucho, y los enfrentamientos con guerrillas, la sobreexplotación de recursos del planeta, especialmente el petróleo, y sus consecuencias sobre el calentamiento global y un posible desplome de los polos no resultan tan ajenos a nuestra realidad circundante. Incluso las investigaciones con drogas realizadas por las SS, y otros organismos, para producir soldados sin sueño y sin necesidades podrían entenderse como toques de atención a investigaciones que se realizan en la actualidad con el conocimiento o la callada aprobación de la sociedad (aunque no estén marcadas por la criminalidad y tengan las mejores intenciones).
La cuestión, o una de las cuestiones, es, ¿se puede coger cariño a un oficial de la SS herido en la batalla cuya pareja ha muerto y que está abocado al orden, y al lavado de cerebro al que se le ha sometido desde el nacimiento? ¿Es posible encontrar rebeldía y rasgos humanos en alguien que, a priori, merece nuestro rechazo y odio? La respuesta parece ser afirmativa. Porque subyace una parte humana -sin sensiblerías-, capaz de poner en tela de juicio aquello que le han enseñado, siempre y cuando se le dé la oportunidad.
Juan Terranova resulta de una solvencia sorprendente. Se mete en un escenario complicadísimo y sabe salir airoso a pesar de todas las trampas que se ha colocado en el camino (cierto que las conocía porque las había puesto él, pero las salva con agilidad y mostrando que son difíciles de evitar o zafar, con lo cual uno olvida que ha sido él mismo su autor y que por lo tanto estaba prevenido).
Por otra parte una de sus grandes virtudes es la descripción de físicos y personajes. De personajes a través de sus físicos. De la psicología de los protagonistas partiendo de expresiones acertadas, muy gráficas, a veces metafóricamente muy ricas:
«Había abandonado la distancia irónica del marginal que se ríe del hombre que tiene responsabilidades, que bendice signos y se cubre con el alero de las leyes. Era el mismo tipo con cara de gitano vestido de fajina, pero se percibía su astucia y su angustia. La capa de la picaresca se descorría y dejaba ver otras cosas».
Página 131.
«Verlo sonreír era como sacar un chorro de agua de una pared golpeándola con un martillo».
Página 230.
Incluso es capaz de describirnos a la persona real (el bardo) a través de la descripción de su busto:
«La mirada melancólica de Lopoldo Lugones lo detuvo unos segundos. Sus facciones de suicida se detacaban. Tenía bigote y anteojos redondos. El busto parecía un poco más grandes que los demás. Alguien había dejado una rosa blanca sobre el mármol del pedetal. Estaba lozana y húmeda, com recién cortada. Desde ahí ya se veía la puerta del edificio central de la Biblioteca».
Página 66.

 

El idioma no supone ningún secreto para Juan Terranova, que lo usa a su antojo, sin abusar de lo poético para no distraer a un lector narrativo ávido de una historia. Pero la historia no dejará de tener un ambiente, un aire enrarecido, gris, pesadísimo, lluvioso, húmedo y desangelado, desesperanzado: esa es la vida en un hipotético mundo gobernado por el imperio nazi, obligado, al final, a servir al petróleo mucho más que a sus ideales originarios. Los marginales: homosexuales, disidentes… son tratados con desprecio, pero tolerados como entes necesarios de un sistema que precisa de mano de obra barata, obligada. La historia, poco común por el escenario imaginado, y por la idiosincrasia misma de los hechos que se cuentan es de calidad y deja un sabor a ceniza en la boca, un sabor a sangre seca entre la melancolía y la duda.
Una obra más allá de convencionalismos.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.