Escenarios, 27
En el Teatro Principal de Zaragoza se ha ofrecido el último fin de semana la pieza original del dramaturgo valenciano Rodolf Sirera titulada ‘El Veneno del Teatro’, que en versión de José María Rodríguez Méndez fue estrenada en Madrid hace aproximadamente un año. La obra fue compuesta en 1978 y obtuvo el premio Max de teatro en 2007.
La trama es sencilla: un actor famoso va a ser recibido por un noble que puede patrocinar su próximo estreno. Inicialmente el potentado se hace pasar por su mayordomo y confunde al visitante. Cuando se aclara la situación, se inicia un combate dialéctico entre los dos sobre la esencia del teatro.
Se debate el doble enfoque que fue objeto de controversia durante los siglos XVIII y XIX. Unos defendían la importancia de que el actor se identificara con el personaje, mezclando sus sentimientos personales con los del representado. Otros hablaban de la necesidad de separar el estado emocional del artista respecto al de sus personajes. Al espectador se le plantea el mismo dilema que ha de resolver, o no, a lo largo de la sesión.
En un lugar impreciso y en una época pasada, a juzgar por la escenografía y el vestuario, los dos protagonistas se enfrentan a la situación que ha previsto uno de ellos, el potentado. Con un espíritu frío, amparado en su ánimo investigador, va conduciendo al actor visitante a situaciones extremas, al exigirle la representación más auténtica posible de la muerte de Sócrates, sobre un texto que él mismo ha escrito. Miguel Ángel Solá, en el papel del mecenas obsesionado por la pureza del teatro, convierte a Daniel Freire, que hace de actor obligado al experimento, en una marioneta víctima de sus maquinaciones.
Trascendiendo la inmediatez del argumento, se plantea la eterna cuestión del dominio de los poderosos sobre los débiles. La rebelión no es posible y la negativa está abocada al fracaso. En ‘El Veneno del Teatro’ se estudian directamente, además, las reacciones humanas ante la muerte inmediata. Se juega con la mentira y las medias verdades, con el miedo y la esperanza, con el sometimiento y la reacción. Es una obra seria, densa, intensa, visceral, de alto contenido antropológico.
Los dos actores, a quienes su acento delataba un común origen argentino, mantienen la dinámica creciente de la obra con una interpretación soberbia, drástica y austera la del noble mecenas, versátil y emocional la del reconocido actor.
La dirección del veterano Mario Gas es impecable, consiguiendo los tonos y ambientes apropiados para cada episodio de la trama.
Un escenario simple pero evocador, una iluminación efectista y la banda sonora de Orestes Gas, que subraya atinadamente los interludios, completan los elementos que contribuyen a redondear el espectáculo.