Elmore Leonard exige la necesidad de considerarlo entre los clásicos del espacio literario, misterioso, tenso y mágico, de la auténtica Novela Negra.
- Nació en Nueva Orleans, un 11 de octubre de 1925, y falleció en Detroit, en 2013, a los 87 años.
- Sus primeras novelas, publicadas en los años cincuenta, fueron del oeste, pero después se especializó en novela policíaca.
- Dignificó la intriga policial ocupando un digno espacio entre las dimensiones de alta y baja literatura.
Medio centenar de títulos es la suma de la envolvente obra literaria de Elmore Leonard
Muchas de esas obras han sido adaptadas al cine, convirtiéndose en exitosas películas de cineastas tan dispares como John Sturges, Quentin Tarantino o Steven Soderbergh, entre muchos otros.
Cuando hace ya años fue creciendo la granizada de ‘novela histórica’ que nubló el espacio literario de nuestro país, entristeciendo los mejores frutos del género con una andanada de premios montados por las editoriales en una lucha competitiva y desmesurada, cuya calidad resultaba ser tan discutible que nubló la novela histórica de calidad, algunos críticos, en defensa de la buena literatura, advertimos sobre tan lamentable desmán, pero fue necesario que transcurriera un tiempo hasta que, por insistencia de los buenos críticos, un rayo de luz se fue abriendo camino.
Este ‘boom’, vuelve a repetirse con la novela policíaca, hasta resurgir de nuevo el rayo de luz literario que fue la mirada al rico caudal acompasado de los grandes clásicos de la ‘novela negra’. Se elevó a las alturas los auténticos maestros, aunque para el buen lector del género no era necesario.
Lo cierto es que al compás de buenos autores, muchas editoriales decidieron salir de la crisis económica publicando novelas y novelas del género, a golpe de silbato, premios y encargos previos.
Para no repetirme en esta crónica, solo diré que lo cierto es que se han pasado unos años farragosos en cuanto a calidad de contenidos, despilfarro de violencia desmedida y falta de sustancias reales. La tormenta parece que se ha calmado y la buena novela negra vuelve a dominar la estancia, el espacio literario, con la mesura lograda de más de un siglo y de la mano de beneplácitos defensores, como el maestro Jorge Luis Borges. De ahí que, tras la batalla y la derrota de los advenedizos y aficionados, los que amamos la buena lectura para darle un sentido a la existencia, desinfectamos el campo de batalla, dando sepultura a los muertos y recordando a los siempre vivos.
Y de aquí, el compromiso y la libertad de tomar para ello a uno de estos maestros contemporáneos prolífico autor, seguro que en él su estilo es prioritario, y de escalofriante desnudez de la prosa, técnica que aprendió de Hemingway. Elegido para a leer, no una de sus mejores obras maestras, pero una sí buena novela de trama sencilla: El desconocido nº 89.
Inquieto es nuestro protagonista, Jack Ryan, que después de decenas de trabajos abandonados unos tras otros decide, por recomendación de un conocido, dedicarse a repartir notificaciones oficiales a domicilio. Cinco dólares cada notificación entregada, diez si lleva la firma de aceptada.
Y es que a veces le sacan un revolver o le pegan con la puerta en las narices…
La anécdota más triste que nos cuenta es la del desahucio a una pareja. Ella, con un niño en los brazos y otro por llegar en la barriga; él, hombre parado y dado al alcohol. ¿Le recuerda al lector esta situación a un país donde la alta corrupción está protegida por los que dicen gobernar?
Pero Jack sabe hacerlo, tiene arte y conciencia para no ser un caradura cretino, de esos que se lo echan todo a las espaldas. De manera que ese conocido, que más tarde resultará pillo, le ofrece doscientos dólares diarios por encontrar a un hombre. Así de simple aparentemente, pero a medida que se adentra en la búsqueda presiente algo raro, puesto que «el desconocido n.°. 89», llamado Robert Leary, parece ser que ha heredado una sustanciosa suma de dinero de la compañía ferroviaria Denver Pacific…
Ryan acepta. Mas resulta que en tan rutinario trabajo se percibe un claroscuro: el enredo que se desliza por una peligrosa pendiente; y antes de que se dé cuenta de ello, se habrá convertido en el tercer miembro de un triángulo manejado por perversos personajes, dispuestos a matar para así colmar su codicia. Y todo por unas acciones que le dejó el padre de Robert Leary, y que con los años han ido creciendo tentadoramente, lo que descubre un curioso personaje, especialista en la compra de negocios venidos a abajo, que puedan tener un fruto económico nada despreciable.
Luego, irremediablemente, aparecen las armas de fuego y los gatillos ligeros, contratados para liquidar al lucero del alba si es necesario. Claro que también existe una chica, de borrachera de cuatro litros de vino peleón diarios, que a pesar de todo es encantadora, y nuestro Jack siente por ella un especial cariño.
Diálogos que alcanzan la altura de geniales, discretos, como es propio en Elmore: de filo cortante y fino humor arropado de sencillez. Estilo y criterio personal, que advirtió en su día: “Bajo ningún concepto empiece una novela hablando del tiempo que hace” o “Nada de prólogos” y “Evite las descripciones detalladas de cosas, personajes o lugares”.
En esencia, la poética del novelista se puede resumir en dos normas: “No escribir lo que se suele saltar el lector” y,sobre todo: “Si suena a literatura, olvídelo, no sirve”.
Elmore Leonard fue un aplicado discípulo de Hemingway, aunque con humor. Se le nota para bien. En su narrativa la palabra aburrimiento no existe. La de acción y agradecimiento sí.