Escenarios, 64
Una cuestión siempre candente, pero cada día más difícil de enfocar, es la educación de los niños. Este asunto ha servido a Els Joglars para montar su último espectáculo, cuyo estreno absoluto se ha producido el jueves 18 de septiembre en el Teatro Principal de Zaragoza. Las actuaciones han continuado durante todo el fin de semana.
Sobre un texto de Ramón FontserÁ¨ y Martina Cabanas, que también dirigen la obra, los cinco actores del elenco, incluido el propio FontserÁ¨ en el papel protagonista, tejen una serie de episodios cómicos trufados de intención crítica. Son Els Joglars de siempre que ahora descienden a lo que casi siempre es el principio de todo.
La educación de los niños en nuestra sociedad ha alcanzado cotas patéticas, cuando no perversas. El título de la pieza, ‘V. I. P.’, sugiere la intención irónica de sus creadores: los niños han alcanzado un estatus privilegiado que los convierte en tiranos, muchas veces insufribles. Tiranos para los padres, tiranos para la familia, tiranos en la escuela, tiranos en su entorno, tiranos siempre. Es el caso de Lucas, cuya trayectoria seguimos desde el mismo momento de su concepción. El collage que conforman los sucesivos momentos de su vida dibuja una realidad penosa y amenaza con un futuro monstruoso.
En clave humorística, Els Joglars advierten del riesgo y lo hacen con sus habituales recursos mímicos y escénicos organizados en torno a un guión sencillo, que no abandona el tópico, pero lo adorna con un montaje dinámico atento a las características del mundo infantil: fantasía, surrealismo, espontaneidad, compañerismo, sentido lúdico, etc.
Una escenografía minimalista, pero bien estudiada, cobija la comedia que tiene cierto aire ceremonial con la reiterada presencia de los timbales. La ambientación musical del espectáculo refuerza esta idea de solemnidad, que deriva hacia la parodia y resalta la intención crítica de la obra.
Los cuatro actores que acompañan al ‘niño’ FontserÁ¨, Pilar Sáenz, Dolors Tuneu, Xavi Sais y Xevi VilÁ realizan un trabajo intenso y matizado en sus múltiples personajes. El tedio que a veces acecha a la vida infantil –dramáticos gritos del protagonista: ¡Me aburro!– contrastado con la tiranía de que hacen gala, dejan en el espectador una sensación ambivalente.
En el capítulo negativo hay que señalar dos datos: es un desacierto citar a Mahoma, aunque sea en una coplilla intrascendente, y también lo es focalizar en los rumanos el problema de la inmigración en nuestro país.