En uno de sus mejores relatos breves, Mircea Cărtărescu narra la desesperanza que experimentó la mayor parte de su vida, misma que transcurrió bajo el régimen comunista rumano bajo el cual pensó que, inexorablemente, morirÃa . Relata el entusiasmo con el que se entregó a la revolución, la desilusión que sintió tras su insalvable fracaso y la miseria que vivió en los años noventa los más terribles de su vida. Hacia el final del relato, rememora la entrada Rumania al mundo libre y las dificultades inherentes a dicha transición. No obstante, es un pasaje de la narración el que más me interesa; me refiero al instante en el Cărtărescu se encontraba recargado en una balaustrada, arriba del Empire State puedo imaginar con nitidez el aire frÃo y el viento pegando fuerte, aunque el escritor no los haya mencionado nunca intentando escribir un poema. De pronto, con la maravillosa isla de Manhattan bajo sus pies como NÃobe arriba del Monte SÃpilo, Cărtărescu se soltó llorando. Más no era la ciudad de Nueva York con sus luces, sus rascacielos, su tráfico trepidante y los tubos de ventilación arrojando agua hirviendo a presión por el sistema de alcantarillado lo que le dolÃa, sino su propia vida, los años que el comunismo le habÃa robado, haciéndolo inepto para el Este y para Occidente, por igual. Es decir, todos los años que pasó bajo el régimen lo habÃan vuelto torpe para vivir en el mundo libre, al que al fin habÃa accedido, y, por lo tanto, inútil para ser feliz.
En este punto yo me sentÃa plenamente identificado con Cărtărescu arriba del Empire State. A diferencia de que no es el comunismo, sino la enfermedad, la que me ha robado muchos años, pienso. Para mi cinco años de 2003 a 2008 fueron indiscutiblemente los peores. En ese tiempo tuve la sensación de haber cerrado los ojos y haberlos abierto mucho tiempo después, cuando el mundo y todo a mi alrededor ya habÃa cambiado, y yo, un poco más equilibrado gracias al consumo de litio, ya no cabÃa. HabÃa perdido años, amigos, trabajo, familia, dinero, novia. No me quedaba casi nada. También tenÃa la impresión de haber estado en medio de un huracán y podÃa ver todos los destrozos que habÃa dejado a su paso. Estar algunas veces arriba y otras abajo o arriba y abajo al mismo tiempo resulta desolador. Con el tiempo, terminas muy cansado y sin muchas ganas de vivir. Cada dÃa te recompones sabiendo que en algún momento vas a volver a caer. Y sin embargo, cada entrada al dolor se abre también una puerta hacia otros mundos. Como Cărtărescu, yo también me he soltado llorando con esa sensación de haber perdido algo que no podré ya recuperar. Mi Empire State privado, donde hay dÃas en los que no puedo evitar llorar, es en el vagón solitario de un tren.
Imagino que a Cărtărescu la vida, como él mismo escribió, le robó algunos años y que él, en venganza, le robó a su vez las experiencias para escribir algunas de las mejores páginas de la literatura actual.